Por Arturo Hernández Cordero

 El próximo viernes 8 de marzo, se estará celebrando el día internacional de la mujer. Una fecha idónea para reconocer el papel fundamental que desempeñan las mujeres en todas las sociedades y conmemorar los retos y problemáticas a los que día a día, ellas hacen frente.

Si bien, la cotidianidad de las mujeres supone un reto permanente, es el 8 de marzo el día históricamente designado, para reivindicar una lucha que en la actualidad se ha traducido en una realidad: la plena igualdad de derechos entre hombres y mujeres en el hemisferio Occidental.

 No obstante, durante la última década, grupos del feminismo radical y afines a la ideología de género, han creado una narrativa de victimización y resentimiento destinada a la confrontación entre ambos sexos y han resignificado al 8 de marzo, como una fecha en la que se presenta a la mujer como una víctima perpetua de un ente abstracto (el llamado “patriarcado”), desestima los innumerables avances en materia de igualdad ante la ley y propone a los preceptos del feminismo, como las únicas soluciones viables a los problemas que aquejan a todas y cada una de las mujeres; obviando cualquier tipo de individualidad y apegándose al más absoluto colectivismo.

 Desde hace por lo menos cinco años, en muchas ciudades mexicanas cada 8 de marzo se suscitan manifestaciones en las que, grupos del feminismo radical acaparan toda la atención por medio de la violencia; dañando propiedad pública y privada y agrediendo físicamente a los cuerpos policiales (principalmente mujeres) y a cualquier disidente hacia su ideología.

Dichos grupos radicales, instrumentalizan el dolor y la indignación, que la violencia contra la mujer, genera con total razón en la sociedad, para dotar de legitimidad a sus actos vandálicos y sus discursos de odio en contra del género masculino.

Dicho esto, es primordial tener en cuenta que el género femenino es uno de los dos pilares fundamentales de la humanidad, y que su existencia misma merece una visibilidad mucho más honrosa que la que le puede otorgar un paradigma ideológico producto del resentimiento y los intereses de la agenda globalista, como lo es el feminismo contemporáneo.

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