Así que antes de abrir la última botella, Josh se acercó a la orilla del Sena y se les unió.
A su llegada, Bárbara se sentía nerviosa y se notaba porque titubeaba al hablar; eso le pasaba muy seguido cuando intentaba hablar el inglés, pero no le había pasado con el francés o al menos no lo había notado; aun así, en su francés titubeante, introdujo al nuevo amigo Josh. Entonces los cuatro amigos, refiriéndonos a los primeros, los de la facultad, recibieron muy bien a Josh.
Kelly y Linda lo saludaron de la típica manera parisina, es decir, con dos besos, uno en cada mejilla y rematando el saludo con un “ça va?”; Marie le plantó dos efusivos besos y un abrazo tan caluroso como “la canicule” que acababa de pasar. El último en saludar fue Allan, quien tiene ese poder de hombre de solo extender la mano y después de pronunciar un “hey man”, comenzar fácilmente a platicar.
Junto a Josh la charla continuó no más de 20 minutos y aunque la noche aún no terminaba, tanto Linda y Kelly como Allan y Marie, saciados de risas, comida y aquel momento perfecto, optaron por despedirse para ir a casa a descansar. De esa manera, la velada nocturna continuó únicamente para Bárbara y Josh.
Bárbara se dirigió hacia su bicicleta, la desencadenó y al no querer regresar pronto a casa, incitó a Josh para caminar un poco más. Durante la caminata, en el mirar de ambos se observaba un brillo especial, posiblemente era a causa de las luces de la noche reflejadas en el agua, o quizás fueron los nervios de saber que ese día y esa noche mágica, pronto iban a acabar.
Josh no tenía bicicleta, por lo que debía regresar a casa en metro o autobús, así que la última parada de la noche fue cerca del “Pont Marie” justo donde se desciende a la línea 7 rumbo a “Place d’Italie”.
Al borde del puente se miraron, y durante un lapso largo no se dijeron nada, pero se sonreían en el silencio. Ellos no se gustaban, pero a la luz de la noche y estando en París, uno tiende a romantizar la vida; así que se besaron y por un instante todo fue mágico y eterno. Dos segundos después abrieron los ojos, ese brillo que tenían antes había aumentado y sus cuerpos temblaban con esa sensación de tener frío y calor al mismo tiempo. Sus corazones palpitaban de manera acelerada.
Sin poder decir nada aún, Bárbara lo empujó de manera juguetona hacia el otro lado, apurándolo a que descendiera las escaleras o perdería la última corrida del metro.
Y en el camino de regreso a casa, Bárbara sintió el ambiente muy surrealista, pues nada de lo que veía le parecía normal. Las luces eran brillantes y bellas, pero solitarias; los autos eran ruidosos y el tráfico molesto; la noche era fría, pero al mismo tiempo refrescante y los edificios altos que veía los notaba misteriosos. Lo único que sentía verdadero era el viento, ese aire en movimiento que la mantenía consciente de sus locos pensamientos.
Llegando a casa, como era costumbre, Bárbara llenó la tina para tomar un baño, se preparó un té y se quedó sumergida en pensamientos confusos y agua caliente. Ya pasada la medianoche, entre la tranquilidad del sofá cama y el aire que emergía de la ventana, recibió un mensaje con un poema de Benedetti dentro:
“ Mi táctica es mirarte,
aprender como sos,
quererte como sos.

Mi táctica es hablarte
y escucharte,
construir con palabras
un puente indestructible.

Mi táctica es quedarme en tu recuerdo,
no sé cómo ni sé con qué pretexto,
pero quedarme en vos.

Mi táctica es ser franco,
y saber que sos franca;
y que no nos vendamos
simulacros para que entre los dos
no haya telón ni abismos.

Mi estrategia es en cambio
más profunda y más simple.

Mi estrategia es
que un día cualquiera,
no sé cómo, ni sé con qué pretexto
por fin me necesites.”

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