Una de las fórmulas que hicieron posible la vigencia del régimen político mexicano durante el siglo XX, fue el control que se mantuvo en las distintas esferas de la administración pública. Es decir, se gobernaba desde lo nacional hacia lo local. Se hacía todo lo que decía el presidente, ya sea por convicción o conveniencia política.

Ese sencillo comportamiento se mantuvo sin grandes cambios durante décadas. Nadie aludía a la autonomía de los municipios, ni a la soberanía de los estados, ni a la posibilidad de militar en otro partido político que no fuera el PRI.

De esta manera, todo estaba alineado, todo era parte de un mismo entendido formal e informal. Casi todos entendían estos códigos. De tal suerte que la administración pública corría sobre un riel poco peculiar donde la política lo podía todo.

Al cabo de los años, algunos procesos tuvieron que cambiar. Unos municipios iniciaron procesos de alternancia política y se vieron en la imperiosa necesidad de hacer algo para defender su reducido margen de decisión.

Después fueron las entidades federativas, quienes sufrieron de estos embates. En el día a día, padecían de aquellos vicios administrativos que se reproducían cuando un gobernador no era amigo del presidente en turno.

En ese particular, el presupuesto, los apoyos, programas y otros favores de la federación no corrían tan rápido en los territorios que eran gobernados por la oposición.   

Ahora, con un sistema democrático más consolidado, se pueden observar una serie de avances en este tema. Hay suficientes mecanismos para que cada esfera del poder, pueda ser vigilada por otra y evitar conductas fuera de la ley.

Sin embargo, y no deja de ser paradójico, México nuevamente se acerca a un escenario donde la mayoría de los estados está gobernada por un partido. El mismo sello que tiene responsabilidad a nivel federal y que se reproduce a nivel municipal.

Dicho en otras palabras, Morena gobierna a la mayoría de los mexicanos. Si esta tendencia se mantiene, regresaremos al postulado inicial. Donde los procesos administrativos pueden ser secuestrados por los criterios políticos.

Aunque se ve difícil regresar a un esquema de partido único, lo que estamos presenciando es una maquinaria política muy poderosa, que arrasa en las elecciones y que gobierna con las mismas estructuras del pasado.

Por tanto, hay que encontrar la fórmula para que las instituciones queden por arriba de los criterios partidistas. Porque en este momento, se antoja difícil tener un escenario de pesos y contrapesos en la administración pública.

Por el contrario, parece más cercano el punto de regreso a un sistema de control absoluto del aparato estatal. Hay que trabajar en aquellas fórmulas que permitan reglas claras, donde lo institucional esté lejos de los sellos partidistas.

Lo anterior debe ser urgente porque este año se renuevan las gubernaturas de dos estados y entramos al proceso electoral federal para sustituir a López Obrador. De tal manera que es conveniente fortalecer los mecanismos claros, que permitan la eficiencia y eficacia del poder.

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