Una palabra que hemos escuchado, visto y hasta discutido en estas últimas semanas a nivel nacional, es la de aranceles, en el contexto de la amenaza emitida por el presidente de Estados Unidos contra nuestra nación, si no se cumplen ciertos compromisos o exigencias como se pretenda visualizar.
No obstante, los aranceles son impuestos que se imponen a productos de procedencia extranjera, motivo por el cual aquello que pretende nuestro vecino del norte, es incrementar el valor de los productos provenientes de nuestro país en un 25%, lo que llevaría a que dichos productos se convirtieran en mucho más costosos, que incluso los americanos.
Si partimos de la premisa que los productos mexicanos en comparación con los norteamericanos, se producen de forma más económica por la mano de obra más barata y mucho más tecnificada en nuestro país, implicaría que el impacto de dichos aranceles sería por lo menos, en dos vertientes.
En primer punto, el encarecimiento de los productos haría que las exportaciones de nuestro país no solo disminuyeran, sino que las percepciones de nuestra industria cayeran de manera extraordinaria.
En segundo punto, las inversiones también disminuirían, ya que uno de las grandes inversionistas consiste en las empresas norteamericanas que con la intención de una mano de obra más económica, eficiente y tecnificada mudan sus fábricas a nuestro país, con la finalidad de producir sus productos para posteriormente venderlos en otros países„ como el propio Estados Unidos.
No obstante, si bien los tratados de libre comercio tienen la finalidad de evitar este tipo de aranceles, lo cierto es que nuestro país tiene la facultad de generar en el mismo sentido aranceles.
Sin embargo, lo mismo implicaría una afectación para la población que en el mismo sentido consumimos productos de manera directa o indirecta de importación, por lo que lo mejor que podemos esperar es una buena negociación que beneficie en especial a nuestra sociedad.
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