Por Arturo Hernández Cordero
El pasado 26 de septiembre, se cumplieron nueve años de aquella trágica noche en la que, en la ciudad de Iguala, Guerrero, 43 estudiantes normalistas fueron privados de la libertad, para posteriormente ser asesinados y desaparecidos por grupos del crimen organizado, coludidos con el Gobierno Municipal de Iguala y elementos del Ejército Mexicano.
El caso de los normalistas de Ayotzinapa, hizo tambalear desde sus cimientos al Estado Mexicano. Afectó de sobremanera la popularidad del gobierno de Enrique Peña Nieto y del entonces procurador general de la República, Jesús Murillo Karam quien vió truncada permanentemente su carrera política, tras presentar la “verdad histórica” del acontecimiento.
El suceso reflejó con crudeza la situación de criminalidad, impunidad, corrupción e inoperancia institucional imperantes en México y el no dar un cierre al caso que resultase satisfactorio para los familiares de las víctimas, terminó por deslegitimar a la cúpula priísta.
La tragedia fue instrumentalízala políticamente por la izquierda (entonces opositora); y varios líderes de la misma (con el hoy Presidente López Obrador a la cabeza), aseguraron que tan pronto llegaran al poder, esclarecerían el caso y llevaría ante la justicia a todos los implicados.
No obstante, la narrativa que la 4T ha ofrecido a los familiares de las víctimas y a la sociedad mexicana en general, ha resultado insuficiente y claramente sesgada en favor de restarle importancia a la participación del ejército en la desaparición forzada de los 43 normalistas.
Las movilizaciones sociales que han tenido lugar esta semana en la Ciudad de México, en conmemoración de la fatídica noche de Iguala, son las mas grandes y turbulentas que han tenido lugar los últimos años, y es que tanto en el caso de Ayotzinapa como en muchos otros temas, la izquierda en México no ha sabido solucionar las problemáticas con las que capitalizó políticamente siendo oposición; lo que se traduce en que tanto AMLO como muchos otros líderes de la 4T, están haciendo frente una vez más a las consecuencias de su propia demagogia.