No recuerdo exactamente cuando comencé a utilizar anteojos, lo que sí recuerdo es que me gustaba mucho usar los lentes de mi hermana mayor, para parecerme más a ella (me los ponía sin que ella se enterara, por supuesto).
Esta acción de querer ser como algún ser querido, es de lo más tierno, aunque en realidad eso fue una de las causas por las que comencé a necesitar anteojos.
Antes que nada, debo aclarar que no por utilizar unos anteojos ajenos se te dañará la vista, al menos no en gran intensidad. Lo que ocurre es que a diferencia de un adulto, los ojos de un niño no están plenamente desarrollados y si forzamos constantemente la vista, con un accesorio de una graduación no apta para nuestros ojos, esto ocasionará diferentes síntomas como dolor de cabeza, mareos, visión doble y enrojecimiento de ojos. Entonces, a mis 9 años, después de un examen gratuito de la vista dentro de las campañas de las escuelas públicas “ver bien para aprender mejor”, me detectaron miopía y astigmatismo.
A grandes rasgos, la miopía es ver mal los objetos que están lejos y el astigmatismo es ver borroso a cualquier distancia, ya sea cerca o lejos. Pero no te preocupes que esta historia no hablará únicamente de términos clínicos.
Antes del año 2000, a cualquier niño que usara anteojos se le molestaba y era protagonista de burla. En mi caso, al ser una niña sobresaliente y participativa en las actividades culturales, los lentes resultaron de lo más extraño.
No solo era la apariencia, lo extraordinario fue que aún con anteojos nadie se atrevió a molestarme y con eso, me sentí afortunada y respetada. Así que, al ser una chica sumamente femenina, tomé este nuevo accesorio a mi favor.
Por ejemplo, todas las personas que hemos utilizado lentes, nos hemos topado con diferentes gustos y estilos de armazones y al llegar a la universidad, desarrollé una atracción por los armazones “vintage”. Hoy en día es muy convencional.
La palabra “vintage” se refiere a algo que es viejo, pero no necesariamente en mal estado. Por lo tanto, a pesar de no ser nuevo, sigue en tendencia por su peculiar diseño.
En la ciudad de Pachuca, justo en el centro cerca del reloj monumental, había una tienda donde vendían armazones viejos y más objetos de colección. Ahí se podían encontrar de todo tipo, desde los anteojos grandes y pesados, hasta los pequeños y delgados, que se portan normalmente para la lectura y vista cansada. Hoy en día desconozco si la tienda siga activa, pero de ser así sería interesante volverla a visitar.
Bueno, en una de mis tantas visitas a esa tienda, escogí unos anteojos de armazón dorado y esquinas rosas, a mi parecer se veían antiguos, pero elegantes, así que no me importo si quedaban con mi tipo de cara o si se ajustaban bien a mi nariz.
Me los llevé con mi oculista y fueron los lentes que utilicé la mayor parte de mis años en la universidad. Después, con los constantes viajes y las consecutivas presentaciones de baile, los cambié por los lentes de contacto que fueron más apropiados.
Al terminar la universidad y mudarme hacia la ciudad de Puebla, volví a usar lentes con armazón. En esa ocasión opté por unos más grandes, pero más ligeros. Algunos compañeros del trabajo me decían que eran lentes de abuelita y seguro sí, pero a mí me encantaban.
En mi último año viviendo en Puebla y ya con planes de mudarme a París, regresé a Cuautepec para pasar tiempo junto a mis padres. Y tal vez suene un poco raro, pero en ese momento tenía “antojo” de tener un par de lentes nuevos.
Mi hermano y yo visitamos las ópticas en Tulancingo hasta encontrar esos lentes, que tanto deseaba. Los lentes que escogí se parecían mucho a los que había usado durante mis años universitarios, así que los compré y me los llevé a pasear hasta el otro lado del mundo.
Después de los primeros seis meses, la vida en París fue tan buena que, en algún punto, entre las rodadas de bicicleta, el trabajo y los constantes eventos culturales, mis lentes se rompieron. En ese momento no estaba preparada para comprar unos nuevos, además de que el precio parisino era tres veces más de lo que había pagado en México.
Y aquí es importante señalar que, normalmente, los armazones son baratos, pero dependiendo de la graduación o las dioptrías que necesites, se eleva el costo de las micas o lentes.
Negada a comprar lentes nuevos, pero necesitada de poder ver bien por noche, tomé mi costurero y le di un par de puntadas a mis anteojos; la verdad quedaron lindos. Por fuera el hilo no se notaba y por dentro se veía un nudo negro que no me importaba porque me calmaba, de momento, el corazón.
Después de la pandemia y con un poco más de ahorros, compré mis nuevos lentes por internet. En realidad, la experiencia parisina fue el ir a la boutique a probarme los armazones y el acomodo y pedido de las dioptrías, se hicieron por internet.
Actualmente, casi el 35% de la población mundial usa lentes y se prevé que esta cifra aumente hasta el 50% en unos años, principalmente en jóvenes. Y les cuento todo esto, porque después de un largo día de sol y pasar constantes horas frente al computador, son los lentes los únicos que cuidan mis ojos morrones.
Así que nada, sigamos portando los anteojos con estilo y disfrutemos de una buena vista.

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