No sé si recuerden a mi querido Vladimir, un perro pequeño y mestizo de pelaje sal y pimienta, con patitas de color blanco que lo hacían lucir muy elegante como si portara siempre guantes, tipo Michael Jackson.
Bueno, este perrito desde que llegó a casa, respondió al nombre de “Vladimir”, que al pronunciarlo sus grandes y brillosos ojos te miraban e hipnotizaban; cualquiera podía morir de amor con eso.
Por ser la única mascota permanente en casa, se volvió un consentido y con ello, un perrito lleno de amor, ropa y juguetes; porque claro, todas las quincenas eran para derrocharlas con él.
De hecho, diferentes boutiques tanto del Valle de Tulancingo como de la Ciudad de México, lo tuvieron como modelo en sus redes sociales, esto por la cantidad innecesaria de indumentaria que le compraba aunado a su increíble estilo; realmente era un perro muy fotogénico.
Hubo una época dónde tuvimos la faceta de “Vladimir deportista”, que comenzó debido a su adoración por los juegos de pelota y sus playeras deportivas o gorras; la favorita fue la playera de la Sección Mexicana.
También experimentamos la faceta de “Vladimir turista”. Esta era la habitual, porque me acompañaba a todos lados y lo vestía con camisas de estampados o suéteres diversos, para que estuviera ad hoc con el negocio familiar. Fue aquí donde mucha gente se me acercaba para decirme que era muy lindo y yo les sonreía orgullosa y feliz.
Y así fueron surgiendo infinitos atuendos hasta llegar con “Calabacita-Vladimir”.
Por ser de raza pequeña, siempre fue un perrito muy friolento y aunque usó mucho ropaje de invierno, creo que el que más le gustaba era aquella sudadera naranja afelpada, con una hojita verde sobre la gorra de la cabeza y sobre la espalda unos ojos y boca de tela negra simulando justo, la sonrisa de las calabazas de Halloween. Hasta este punto podríamos decir que todos los perros con algún accesorio o ropa se ven tiernos, pero es que para mí Vladimir era algo indescriptible.
Durante mucho tiempo utilizó su sudadera de calabaza, específicamente durante su primer invierno y los meses consecutivos de vientos fríos. Así que, en vez de llamarlo por su nombre, también le decíamos “Calabacín”.
Para salir a caminar le compré una pechera que era cómoda y no pesada. Tenía un moño en el pecho, el cual lo hacía ver muy elegante. Pero a veces cuando hacía frío, tenía que usar ropa debajo de la pechera y casi siempre escogía la de calabacita. Con esto se convirtió en una calabaza con mucho estilo, que cautivó a mucha gente en el sendero de Santiago – Tulancingo.
Vladimir ya no está más aquí, al menos no físicamente. Solo vive en nuestro pensamiento y dentro de nuestros corazones. Además, hoy comparto con ustedes un poco de mis recuerdos porque saben que desde el 2019, el 27 de octubre ha sido la fecha señalada para recibir a nuestras mascotas fallecidas.
Y como durante todo el fin de semana me puse a recordar sus aventuras, a escribir cuentos de su vida y sus travesuras, saqué todos sus juguetes y ropa para acompañar su ofrenda.
Ellos nunca se olvidan y siempre regresan. Te extraño mucho Calabacín.