A escasas 24 horas de que concluyan las campañas, las y los candidatos de diferentes partidos políticos nos quedan a deber. Más allá de las ideologías, lo que se generalizó fue la banalidad antes que la propuesta, la poca sustancia antes que el contenido y el recurso fácil más que las ideas.
No fue difícil encontrar a quienes consideraron pertinente probar suerte con los bailes, con las ocurrencias en redes sociales y con las canciones pegajosas. Todo lo anterior para lograr un objetivo, llamar la atención.
En este escenario donde lo único importante es generar ruido, la política pierde su esencia. Se convierte en una herramienta que solo se entiende a través de una competencia por el poder donde se vale de todo. Donde cualquiera con imaginación puede alimentar la curiosidad y ganar unos votos.
Fueron dos meses de confrontación donde la notica tuvo que ver con la violencia política. Un lastre que se acentuó en el país desde hace años y que las campañas alimentaron día a día de cierto modo. Con este ritmo, los mexicanos somos testigos de una paradoja. Los partidos políticos nos piden un comportamiento cívico, participativo y comprometido cuando ellos propician lo contrario.
Vendrán los comicios en unos días y los resultados estarán acompañados de una máxima, nadie gana todo y todos ganan un poco. Es decir, el sistema electoral –generoso hasta el límite– permite que no haya perdedores ni ganadores absolutos.
La configuración mayoritaria, sin embargo, tiene un nombre y se llama Morena. Ese partido – extensión política de López Obrador–, se mantiene como el sello ganador de los comicios desde su incursión nacional en 2018.
Con sus bemoles, pero el mosaico político sufrirá pocos cambios. No se podía esperar otra cosa. Los opositores al régimen no tienen más propósito, que romper con la racha ganadora de su adversario y sus ideas políticas han quedado en el archivo.
Lo único que nos dejaron es refrendar que existen dos polos y que ese cuadro pintado en blanco y negro tiene como único afán, la destrucción del adversario. Aquí no cabe la construcción de un país a través de un proyecto alternativo. Nada de eso. Solo existe la vieja máxima de “quítate tú para que me ponga yo”.
En síntesis, este proceso electoral que es de suma importancia para la nación se desvanece en descalificaciones desde varias trincheras. Desde Palacio Nacional, los órganos de representación, los organismos autónomos y los gobiernos locales.
Porque muy pocas veces habíamos visto tantos señalamientos contra políticos pero tampoco antes habíamos sido testigos de la parálisis judicial. Nos estamos acostumbrando a señalar antes y presentar pruebas después.
Las elecciones del próximo domingo se llevarán a cabo en un contexto de mal humor social. Con ese ánimo, nuevamente pasaremos por las urnas para tratar de cambiar y/o refrendar las opciones políticas que nos dejan mucho que desear.
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