Por lo regular, los viajes los planeamos con tiempo, ¿no? Es decir, que unos meses antes buscamos el destino a visitar y las cosas por hacer, principalmente para evitar conflictos con las obligaciones de la escuela o el trabajo. Pero también, hay excepciones, porque surgen viajes que, sin pensarlo tanto, los debes tomar.
Este fin de semana, por ejemplo, me he lanzado a la aventura de un viaje express hacia Europa. Tenía mucho que no viajaba fuera de México, así que mientras me traslado en tren hacia el Aeropuerto Charles de Gaulle en París, les escribo de esta aventura que seguro les va a fascinar.
Hoy es apenas mi segundo día, pero como me la he pasado entre vuelos, trayectos de tren y caminatas, he observado a mucha gente y con ello he adquirido bastantes historias para compartir. Porque claro, viajar es una aventura y como bien saben, esta aventura de transmitir mis vivencias inició justamente en este espacio con textos de escritura creativa, por lo que he recopilado las mejores historias de mis últimas 48 horas por aquí.
Comenzaremos por la espera en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Como se conoce, debemos llegar al aeropuerto horas antes del vuelo para registrarnos y documentar, y casi siempre nos queda tiempo libre para comer algo o sencillamente descansar.
Yo no soy muy fan de la comida dentro del aeropuerto, porque considero que está a un precio muy elevado y no hay mucha variedad. Sin embargo, en esta ocasión tuve que buscar algo para saciar mi hambre y me topé con un local de tortas y antojitos mexicanos.
De inicio, no tuve confianza porque el lugar estaba vacío, pero al acercarme las cocineras me saludaron con amabilidad, por lo que decidí probar. Pedí una torta de carne, chuleta y queso, y me atendieron rápido.
Después, no sé si fue mi manera de comer la torta, porque la estaba disfrutando tanto, o sencillamente coincidencia, pero recuerdo que seguido de mi tercer mordida, la gente se empezó a acercar. Para cuando me di cuenta ya estaba el local lleno y una fila esperando ordenar. La verdad me dio mucha alegría por el negocio, pero al mismo tiempo me adjudiqué un calificativo que me ha subido el ánimo en todo el viaje: me sentí como amuleto de suerte.
La segunda historia fue al llegar al Aeropuerto Charles de Gaulle en París. Tenía que trasladarme al centro de la ciudad, por lo que necesitaba un pase o un boleto. Me acerqué a las máquinas de tickets y con la persona de apoyo logré reutilizar mi antigua “navigo”, que es la tarjeta personal del transporte público en París. Hasta ahí todo iba bien, solamente una hora de cambio de vuelo y la escala. Cuando un vuelo tiene escalas mayores de 5 horas, nos da tiempo perfecto para visitar los alrededores, checando evidentemente los tiempos de traslado. La escala de mi vuelo duró 16 horas, por lo que tuve tiempo de sobra. Así que mi idea era pasar y saludar a los amigos, pero como este fin de semana ha sido uno de los más fríos y yo no le previne, muchos aprovecharon para viajar y no morir congelados
¡Y qué sabios fueron! Porque justo ahora me encuentro sumergida entre suéteres y muchas cobijas, moviendo mis dedos congelados para terminarles de contar.
Bueno, pero estaba en lo del aeropuerto. Entonces, a la salida, pasé a vestirme con toda la ropa térmica que traía para que valientemente pudiera salir a la ciudad con 0° (cero grados). Las manos se me congelaban porque había echado de todo, excepto los guantes, así que las frotaba mientras observaba por la ventana.
También, durante el trayecto del tren, pude reencontrarme con toda la gente hablando francés, lo que me provocó nostalgia y felicidad. Pero de repente, escuché a la distancia palabras en español, eran como murmullos y risas y poco a poco se fueron acercando a mí.
Cuando miré hacia el pasillo estaban 5 hombres con mapas en la mano quejándose entre risas y bromas, porque no entendían nada. Yo no quise ser inoportuna, pero el idioma me llamó, así que muy cordialmente les pregunte que a dónde querían ir y cuando pronuncié esas palabras, los 5 hombres me voltearon a ver con ojos de salvación y ternura.
Les expliqué un poco de lo que querían y continuamos el trayecto juntos platicado y disfrutando en voz alta. De todas maneras nadie nos entendía. Por segunda ocasión fui amuleto de la suerte. Y como esto aún termina, espero seguir así hasta el fin de mi travesía

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