No es ningún secreto que la aprobación de la Reforma Judicial que acaba de ocurrir en México, representa una gran victoria para el presidente López Obrador. Desde hace años el titular del ejecutivo federal, señalaba las inconsistencias que – a su juicio – permeaban en esa institución, dejando entrever su afán por realizar una “cirugía mayor” entre los impartidores de justicia.

Con pasos acelerados el proceso legislativo fue resuelto en la Cámara de Diputados y aprobado por los senadores, gracias a la mayoría de Morena y sus aliados quienes en un clima polarizado (y a veces confrontativo), pudieron hacer posible la última reforma constitucional del sexenio obradorista.    

En una sesión maratónica, los senadores que fungieron como cámara revisora, hicieron posible la citada reforma gracias al voto un personaje sombrío, el ex gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes.

Gracias a ese movimiento, que los panistas y priístas llamaron traición, el bloque morenista obtuvo la mayoría calificada en la Cámara Alta, para hacer posible lo que parecía muy complicado hace unos meses.

Y no solo eso, bastaron unos días más para que concluyera el requisito de aprobar en las legislaturas locales dicha modificación, que tendrá incidencia en todo el territorio nacional. De tal suerte, que ahora que escribo estas líneas, ya está aprobada la reforma en más de la mitad de las entidades federativas.

Mas allá de filias y fobias, lo que vimos en este particular caso, fue una jugada maestra de quienes buscaban hacer posible las modificaciones al poder judicial y una parálisis política, legal y argumentativa de la oposición que no pudieron contener la ola guinda en el congreso y en la opinión pública.

Tuvieron intentos fallidos e incluso bochornosos, cuando trataron de “romper” la sesión del Senado permitiendo el ingreso de algunos manifestantes que en su mayoría eran trabajadores del Poder Judicial y algunos hijos de políticos, del PRI y del PAN.  

Aquella estrategia pronto se desvaneció cuando se hizo el llamado a seguir la sesión en una sede alterna, para que en la madrugada después de un acalorado debate, se aprobara con 86 votos a favor y 41 en contra.

En esta historia, como se anticipaba, hubo un ganador: el presidente como principal promotor de esta reforma. Pero también quedó clara la postura de los partidos políticos. Nadie se puede llamar traicionado por la definición del voto del PRI y PAN. Lo mismo se puede decir de Morena y su bloque. Lo único que queda decir es que la batalla se dio donde se tenía que dar, en lo órganos parlamentarios.

Ese rasgo debe de prevalecer, la deliberación de los grandes temas nacionales en las asambleas legislativas. Para eso sirven esos espacios para que el debate intenso, la argumentación y deliberación.

Lo cierto es que desde presidencia se fraguó un plan maestro para que todo esto fuera una realidad a pocos días de la salida del presidente Obrador, lo cual es un acierto de esta administración y deja un precedente muy relevante en la vida pública de México.

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