Por Arturo Hernández Cordero
El viernes 13 de agosto se conmemoraron los 500 años de la caída de Tenochtitlán. Se realizaron en la CDMX eventos culturales en conmemoración de los “500 años de resistencia indígena” y los dichos de corte indigenista y el empleo de una retórica victimista, por parte de la izquierda no se hicieron esperar.
El presidente Andrés Manuel afirmó que “la conquista fue un fracaso”, pero ¿es posible hablar de una conquista? Varios historiadores han negado que lo acontecido en el Valle de México en 1521, fuese una conquista, y sugieren como más propio el término “rebelión”, para hacer alusión a los sucesos que propiciaron la caía del Imperio Mexica.
Centrándonos en el contexto de la época, encontramos que la gran mayoría de las tropas que se rindieron la capital mexica no eran españolas, sino de orígenes nativos como los tlaxcaltecas, totonacas, otomíes, y varias otras naciones indígenas, que hacía 200 años que sufrían un antagonismo atroz por parte del señorío mexica, a quienes tenían que rendir cuantiosos tributos de sangre para mantener la paz con ellos.
La rebelión, en efecto, fue comandada por el capitán español Hernan Cortés, y la mayor tecnología naval y armamentística por parte de los castellanos jugó un papel fundamental en el éxito de la rebelión, pero no se puede denominar como una conquista o una invasión a tal suceso, pues para ello el contingente mayoritario, tendría que haber sido integrado por los españoles, pero estos no llegaban ni a los 1,500 soldados.
Es mucho más exacto en términos históricos, denominar a la caída de Tenochtitlán como producto de una rebelión, que dio paso a la formación y consolidación de una nueva civilización producto del sincretismo étnico y cultural, entre los pueblos mesoamericanos y los españoles.
Victimizar al nativo y criminalizar al español, supone renegar de las dos bases culturales, desde las cuales se formó la civilización de la que, la mayoría de los mexicanos somos herederos.
No se puede entender nuestra identidad nacional sin el aporte indígena, como tampoco sin el aporte español, somos el producto de un sincretismo que no admite recelos históricos, por más que el discurso oficial se empeñe en generarlos