Después de las derrotas electorales en cinco de los seis estados del país el pasado 05 de junio, el PRI vive una pronunciada debacle. No se trata solo de malos resultados en las urnas, sino que, desde su interior se organiza un “golpe de estado”.

Como es bien sabido, en las derrotas se buscan culpables, se achacan los malos resultados a una persona o a un grupo y por consecuencia se busca “cortar cabezas”.

Pero todo lo anterior, solo es un paliativo que pretende hacer menos pesada la carga que implica un análisis a profundidad sobre lo que representa actualmente el PRI.

Lo sencillo sería sustituir al Comité Ejecutivo Nacional y ocupar las mismas fórmulas del pasado. Pero no, lo que pasa en el PRI es más grave. Lo que aplica en este caso sería una reconfiguración total, un renacimiento, una metamorfosis.

El PRI tiene que regresar a sus orígenes, ser ese partido aglutinador, ese gran referente nacional. Pero la vorágine de la corrupción, los vicios del poder y los excesos lo han llevado a una situación insostenible.

Ese partido con gran historia se volvió referente de corrupción, amiguismos, compadrazgos y todo tipo de malas prácticas que han dañado al país. Por eso, el sinónimo de lo negativo en política tenía que ver con ese instituto directa o indirectamente.

Por ahí debería de iniciar esa anhelada transformación del PRI. Hacer que la imagen tan negativa en el electorado cambie gradualmente ¿Como realizar esa hazaña? Por principio de cuentas recuperar su ideología (nacionalismo revolucionario), identificarse con las principales causas de la nación.

Es decir, recuperar las líneas discursivas donde los mexicanos éramos dueños de nuestro propio destino. Pero, por el contrario, el PRI de los ochenta promovió el libre mercado, la inversión extranjera, los capitales especulativos en las finanzas, etc.

El PRI se fue separando de la gente, de su capital electoral, de sus orígenes. De esta manera, en los noventa sufrieron sus primeras derrotas electorales, pero no asimilaron los costos. Incluso, les ayudó para simular que en México teníamos procesos electorales competidos y democráticos.

Pero las cosas se agudizaron cuando en el año 2000 perdieron la presidencia de la república, antes ya habían perdido la mayoría en el Congreso y la capital del país (1997). Ahí vino la primera gran crisis. Por primera vez el partido se quedaba sin su gran elector: el presidente. Las decisiones se tuvieron que tomar desde el partido y no desde Palacio Nacional.    

Algunas voces expresaron que ese golpe político, sería letal para el partido dominante de México. Pero no, los priístas resurgieron con una opción “nueva” impulsada desde el poder económico, mediático y político. De esta manera, Peña Nieto vino a refrendar lo que todos sabían. Que el tiempo estaba contado y que en la agonía convenía más llevarse lo poco que se quedó de patrimonio nacional que reinventarse como partido.

De esta manera fraguaron su suerte, de la noche a la mañana el PRI aparece aliado de otros partidos quienes en un pasado cercano, eran sus acérrimos adversarios. Ahí cavaron su tumba. No hay elementos discursivos que sirvan para justificar ese atrevido movimiento.

Por eso, ahora no saben por dónde empezar porque los desatinos no son nuevos. Al contrario, vienen de lejos y son con la gente no con las élites del poder. En conclusión, ese partido deberá en el corto plazo repensar su estrategia político – electoral.

No estaría mal que para iniciar este proceso de transformación, el PRI se sacuda de las malas compañías. Esos aliados que en lugar de sumar le restan y que adicionalmente cambie su imagen institucional porque desde hace mucho los tres colores de la bandera nacional que se apropió, le quedan muy grandes.

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