Uno de los lugares más random y más divertidos que visité en París, fue “Le Pili Pili”.
Este lugar es un pequeño bar ubicado en 70 rue Jean Pierre Timbaud, justo en el corazón de Oberkampf del distrito XI. La calle Oberkampf es reconocida en su longitud por sus numerosos comercios, sus encantadoras cafeterías así como por sus alternativos restaurantes y bares. Una mezcla perfecta entre lo chic y lo bohemio, que se puede disfrutar tanto de día como al caer la noche.
“Le Pili Pili” es conocido por su cocktelería, sus noches temáticas y su buena música de Rock‘n’Roll. Además de su célebre cantinero del cual mencionaré más adelante.
Yo tuve la fortuna de visitar el bar en mis últimos días de mi vida compartida con Gaby, que coincidieron con los primeros días del regreso de Sabri. ¡Días llenos de actitud a la mexicana! La idea inicial era noche de chicas, pero ese plan nunca resulta cuando juntas a tres chicas mexicanas en un rincón parisino ¡nunca!
Las primeras horas se pasaron de prisa entre mucha charla y risas. Después hicimos a los primeros amigos de la noche, un par de guías de turistas que vivían justo enfrente del bar. El primero era un chico alto, español, que probaba la vida parisina y su amigo era un francés que, con un muy buen nivel de español, probaba su suerte con las latinas. Casualmente, resultó que esos dos chicos trabajaban en la misma empresa dónde una amiga de Sabri, un tema más para la plática de la noche ¡vaya coincidencia! ¡Tan pequeño el mundo y tan pequeño París!
La noche siguió su curso, cantamos, bailamos y nunca paramos de reír.
Uno de los momentos más importantes de la noche fue la interacción con el cantinero. Este era un hombre alto, cabello largo, de rasgos toscos y ojos pequeños. Su atuendo de esa noche era un chaleco de piel negro sin camiseta debajo, que dejaba a la vista sus tatuajes. Portaba joyería en las manos y en el cuello, que combinaban perfecto con sus pantalones y botas oscuras bastante ad hoc. Al parecer este hombre era el más popular del lugar, y aunque no era el dueño, supimos que llevaba mucho tiempo trabajando ahí. La gente entraba y salía simplemente para verlo. No recuerdo cuanta gente se tomó fotos con él, pero fueron bastantes; un ícono de moda que inundaba todas las redes sociales. Nosotras no nos tomamos fotos con él, pero desempolvamos un poco nuestro francés en las pequeñas charlas entre cada trago detrás de la barra.
Lo último fue que un hombre se enamoró de mis bordados y de mí. Bueno, fue un poco menos dramático de lo que se escucha, pero igual fue interesante. De inicio, la mayoría de los sitios cuentan con percheros en la barra, y este bar también tenía en las paredes, lo cual consideré muy conveniente para poder bailar. Nuestras chamarras estaban colgadas en la pared, yo llevaba una chamarra de mezclilla con un bordado de Châ Ché.
Después, casi al finalizar la noche, ya para irnos a nuestras casas pasamos a recoger nuestras pertenencias, dónde un hombre se acercó a decirme lo linda que estaba mi chamarra. Yo me puse nerviosa, pero afortunadamente Sabri tiene la habilidad de salvarme en mis reacciones de pánico como estas. De hecho, durante mucho tiempo fue mi representante en París.
Ella es increíble. Habló con el hombre de mí y de mis trabajos hechos a mano en menos de cinco minutos. Como resultado nos ganamos una grata invitación a una fiesta que el hombre y sus compañeros de trabajo, celebrarían en su despacho de arquitectos.
Pueden adivinar que esta historia no acaba aquí, pero fue gracias a “Le Pili Pili” que aprendí que “no importa a dónde vamos, sino con quien vamos”