Uno de los barrios más amados en la ciudad de París es Belleville.
Para muchos, podría existir esa relación de amor-odio con el lugar, específicamente para aquellos que conocemos. Considerando que su encanto emana principalmente en la multiculturalidad que rodea el barrio, es esta misma la que expone limitaciones.
Y me refiero a que podemos encontrar variedad de restaurantes, cafeterías y negocios en general, siendo esto uno de los puntos buenos. Curiosamente, casi todo en el sitio lleva su nombre, por ejemplo el parque: Le Parc de Belleville, que además de ser grande y concurrido para caminatas y pique-niques, en la parte alta hay un mirador, que ofrece una gran vista de la ciudad que a mi parecer se aprecia mejor de noche.
También está el famoso tianguis semanal que abarca todo el Boulevard de Belleville, desde el metro Couronnes hasta el metro Belleville aproximadamente. En este tianguis puedes encontrar una infinidad de cosas exóticas, buenas y baratas, debido a las diferentes culturas reunidas. Es ideal para aquellos que como yo, nos gusta cocinar y ahorrar un poco de dinero comprando cosas frescas. Por eso, cuando tomaba mis cursos de francés como lengua extranjera por parte del municipio de París, era en una pequeña escuela justo en ese barrio y de salida, pasaba a comprar diferentes frutas y verduras frescas. ¡Llegue a encontrar tamarindo y tomate verde! ¡Algo superemocionante para una mexicana!
Por otro lado, uno de los puntos malos es que el tianguis se efectúa dos veces por semana y esto deja mucha basura y por consiguiente una mala imagen a las calles, además de atraer a las ratas.
¡Pero no se alarmen!, en realidad las ratas se encuentran por toda la ciudad debido a que está rodeada de agua. Algo triste para el turismo, lo sé.
Asimismo, para mi Belleville representa la reunión con los amigos. Liana, Sabri e Iván vivían por el lugar, y aunque me tomaba más de veinte minutos en bicicleta llegar hasta allá “porque yo vivía en el lado fresa del Río Sena”, según Iván, casi siempre me la pasaba de visita por ahí.
Teníamos ese hábito de salir y visitar los parques y las casas cerca; pasar a comprar pan y quesos en alguna de las panaderías, o al mercado de enfrente y cocinar, o simplemente bajar y tomar una cerveza con el vecino que coincidentemente era dueño del bar, que se encontraba en la esquina. Voilà!
Con esto, uno de los puntos más importantes de los sitios que visito es la compañía y los buenos amigos. De hecho, el verano pasado visité Playa del Carmen y a los amigos que estaban radicando por ahí.
Uno de ellos fue Sabri, que además de nuestro sentimental reencuentro por los maravillosos paisajes mexicanos, fue ella la encargada de acompañarme a algunos pequeños rincones que sabía me recordarían a París. Uno de ellos fue indiscutiblemente disfrutar de un helado en Amorino ¡De mis favoritos!
El otro fue más sorprendente o emotivo para mí, pues de paso hacía un cenote, justo en la carretera federal, no muy lejos del centro, visitamos una panadería francesa llamada “Belleville”.
La idea fue disfrutar de un buen café con un pain au chocolat y un croissant como en los viejos tiempos. Y sentadas las dos de frente, en una pequeña mesa junto a un mural y un ventanal increíble (con calor obviamente porque #playa), me trasladé a esos días visitando la casa de Bea en Belleville. Específicamente, al día donde hubo flores de colores, café y mucho croissant para celebrar no la despedida, sino la amistad

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *