Hemos hablado en diversas columnas respecto de nuestras elecciones y de la democracia en nuestro país, por lo que me gustaría culminar esta serie de reflexiones, con la presente columna.
Muchos investigadores se han preguntado a lo largo de la historia, sobre la eficacia de las democracias en América Latina y de los sistemas capitalistas, pero si hacemos una pequeña reflexión, poco nos hemos ocupado de ello en nuestro país.
Históricamente nuestras gestas heroicas en poco se han sostenido en una lucha por la democracia nacional desde la Independencia hasta la Revolución o incluso, en los cambios sociales de los últimos tiempos, poco o nada nos hemos preocupado por la concepción de una democracia nacional.
Si bien la democracia ha tenido grandes logros y han sido batallas duras, empero no han sido la pieza fundamental de nuestras luchas históricas por el contrario fueron cuestiones accesorias y hoy nos preguntamos si nuestro sistema en general, ha funcionado.
En tal sentido, se han puesto en tela de juicio tanto el sistema jurídico como casi todas las instituciones mexicanas, pero tampoco en estos momentos nos hemos preguntado de forma prioritaria, sobre nuestra democracia.
Si bien hemos hablado sobre la representación e incluso sobre los servidores públicos que nos representan a la sociedad, poco o nada nos hemos preocupado y ocupado sobre la forma en que todas y todos seamos escuchados, la manera de evitar conflictos sociales a través de la democracia y que sean escuchadas, sin importar ser mayoría o minoría.
Por tanto, si como sociedad nos preocupamos más en nuestra democracia y en el respeto a los derechos de todos los miembros de nuestra sociedad, es mucho más seguro que nos preocupemos menos en cambiar nuestras instituciones, puesto que los sistemas comenzarán a funcionar bajo la empatía y el conocimiento de nuestra diversidad y derechos.
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