Se cumplieron dos años del gobierno del presidente López Obrador y como es costumbre la comentocracia realiza los balances del caso. Hay quienes se valen de los indicadores, quienes prefieren revisar los niveles de popularidad, aquellos que se concentran sólo en los errores y los que sólo ven las virtudes.
Es sana esa variedad de puntos de vista. En una frágil democracia como la mexicana, esta manifestación de análisis es necesaria y fortalece las libertades. Incluso, se puede decir, que representa el fin de aquella etapa de censura y control, que en otros tiempos era la regla.
Dos años, a consideración de algunos expertos, es tiempo suficiente para identificar el rumbo que llevará una administración gubernamental. Para un periodo de seis años, pudiera ser temprano para realizar un balance general, pero a estas alturas las bases ya deberían estar firmes. Y esa es la reflexión que regirá estas líneas.
¿Están sólidas las columnas de la cuarta transformación? En términos discursivos, la idea de la transformación ha ganado terreno y se encuentra arraigada. A dos años de ser inaugurada esta nueva etapa de la vida pública de México, en la psique del mexicano parece definida la idea del cambio.
Ahora bien, el cambio debe estar acompañado del rumbo. Si se sugiere un cambio de régimen se debería de tener claridad que otro entendido político y social se tiene en mente. Y ahí donde encuentro la primera debilidad.
Tal parece que está claro el giro que se pretende dar desde la administración pública pero todavía el camino por venir tiene ciertos nubarrones. ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué se debe de entender por un cambio de régimen? ¿qué se tiene que sustituir y que se queda?
La idea general radica en un solo pilar: acabar con la corrupción y a través de ese carril, encontrar todos los paralelismos posibles. Eso es loable, pero será posible. El afán merece todo el reconocimiento, pero en esta pretensión hacen falta más coordenadas, más sustancia, más operacionalidad.
Lo que le falta al gobierno de López Obrador a dos años de ejercer el poder, es tener más proyecto a futuro, más narrativa apuntalada al horizonte, más Platón y menos prozac. Es decir, más filosofía y menos paliativos rápidos que no solucionan nada.
Al resolver esa disyuntiva este gobierno cerrará un ciclo que desde hace años abrió. Era claro el cambio de brújula en la administración pública y en ese sentido, nadie mejor que el líder de la izquierda en México, podría encabezar el esfuerzo.
Pero ahora resulta impostergable la definición de rumbo. Hacía donde tenemos que dirigir el barco. Hay inconsistencias en estos dos años, hay pendientes, hay cosas que no gustan. Pero si al final del día se encuentra la dirección correcta todo lo anterior valió la pena.
Pero, por el contrario, si el gobierno sigue confrontando todos los días a un movimiento conservador, si ve en la prensa un adversario quisquilloso, si se empecina en la persecución política sin pruebas ni fundamentos, si parece sobrado de optimismo en medio de una pandemia diciendo que no pasa nada; será muy difícil construir la narrativa hacia adelante.
A dos años hace falta redefinir la mira, tener claridad de preceptos y empezar a construir un segundo piso a esta denominada cuarta transformación.
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