El simbolismo, la retórica, la semántica y las formas siguen siendo las mismas. Nada cambia en los eventos del PRI que sirven para mostrar a propios y extraños de qué está hecho su ADN: una mezcla de soberbia y verborrea con pies de barro.
La anterior reflexión viene a cuenta, por la sesión de Consejo Político que tuvo ese instituto político en la capital del estado de Hidalgo. Donde con música, chalecos rojos, detonaciones y un múltiple festival de distintivos se trata de mostrar “músculo político”.
A los ojos de los transeúntes lo ocurrido el domingo pasado manda un fuerte mensaje. Porque no hay duda que la capacidad de organización y movilización del PRI siguen intactas. Aunque las personas que hacen presencia en mencionados ritos lo hacen por obligación, amenazados o bien, estimulados por pequeñas canonjías (trabajar ese día y descansar el lunes).
Arrastrando sus carencias ideológicas es claro que al partido que gobierna a nivel local le gusta jugar a las apariencias. Porque desde hace años su tendencia en las urnas va en decadencia, su capital político es frágil y su identificación con la gente es prácticamente nula.
Aun así, acostumbra realizar eventos faraónicos que evoquen las viejas glorias, ese PRI que aglutinaba a todos, que era vitoreado por pulmones de obreros, empresarios, profesionistas, estudiantes, amas de casa y campesinos se diluyó. Ese entusiasmo se quedó atrás y solo se asoma a través de un recuerdo de nacionalismo caduco condenado al olvido.
De nada le sirven los “rostros nuevos” si los jinetes del apocalipsis siguen ahí. Ex gobernadores que mantienen una febril lectura de la política local tratando de asegurar que todavía no son tiempos de alternancia.
Dicen que hay PRI para rato, lo que significa en buen español que siguen pensando que el estado les pertenece, que administrar el gobierno es tener una lampara de inagotable aceite, tener combustible para siempre, disponer a voluntad de recursos inagotables, engañar sin misericordia.
Ese ceremonial, sin embargo, no tiene larga duración. Sus invitados están ahí pero su ambición llega lejos. Sus dos principales protagonistas (Carolina Viggiano e Israel Félix) sonríen, pero con la mirada quisieran desaparecer a sus pares.
Se encuentran enfrascados en una lucha interna como nunca antes. Pero el manual dicta que hay que poner buena cara, saludar a todos, llamar a la unidad, decir que están más fuertes que nunca, que solo ellos tienen proyecto, que han gobernado por años gracias al apoyo de las masas y una serie más de enunciados para levantar el ánimo.
Al margen del protocolo se aborrecen, no se soportan, se ponen el pie, instrumentan los más sofisticados complots, se traicionan. Todo lo anterior lo hacen por el “proyecto”, por salvar los intereses legítimos del pueblo, por amor a Hidalgo, porque la presente generación no sabe gobernar.
Falta poco para llegue una hecatombe política a Hidalgo, el estado más priísta resucita de su letargo para equivocarse, para probar otra cosa, para experimentar con los que no tienen experiencia. Todo ellos, imberbes en el oficio, pero probablemente con mejores intenciones.
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