Con el triunfo de Luis Ignacio Lula da Silva en Brasil el pasado domingo, se consolidan en América Latina los gobiernos emanados de la izquierda. No obstante, los mandatarios de la región tienen puntos de vista diferentes sobre la democracia.
Por ejemplo, dentro de esta ola democrática se exceptúan los casos de Venezuela y Nicaragua, quienes son gobernados por líderes autoritarios de izquierda, que se han mantenido en el poder gracias a un control férreo de las instituciones.
Aun así, vale la pena hacer la referencia que esta región hace 40 años tenía una mayoría de gobiernos de corte antidemocrático, que no permitía gozar de libertades económicas y políticas como en el resto del mundo.
Vale la pena recordar que solo hay tres gobiernos en América del Sur, que no son de izquierda en este momento: Ecuador, Uruguay y Paraguay; sin embargo, estos países han sido gobernados previamente por corrientes de izquierda muy influyentes en la región, léase: Rafael Correa y Pepe Mujica.
Pero lo que llama la atención es la variedad de expresiones que se cobijan ahora en ofertas políticas atractivas para el electorado, es el caso de Pedro Castillo en Perú y Gabriel Boric en Chile, liderazgos de nuevo cuño en la escena regional.
Pero también está el caso de Gustavo Petro que se convirtió en el primer presidente de izquierda en la historia de Colombia, después ser parte del movimiento guerrillero de aquel país. Otro de los personajes que viene de años de lucha es Alberto Fernández, miembro del Partido Justicialista (o peronista), quien fue elegido en Argentina en 2019 en una contienda contra el expresidente de centroderecha Mauricio Macri.
Y por supuesto una de las expresiones más influyente en la región que es el caso de México, gobernado desde 2018 por Andrés Manuel López Obrador, del Movimiento Regeneración Nacional que conglomera una serie de grupos identificados con la visión de la izquierda.
Ahora se suma a esta ola Lula, quien fue elegido presidente el pasado domingo con el 50,83% de los votos válidos contra el polémico presidente, Jair Bolsonaro (PL), que se quedó con el 49,17% de los sufragios.
Cabe mencionar que esos resultados representan el margen más estrecho de diferencia en la historia electoral de Brasil. Por lo que el verdadero trabajo del ganador, será sanar las heridas de una contienda muy polarizada.
Nada nuevo para el líder obrero que ahora gobernará al gigante de Sudamérica, debido a que Lula ha padecido como nadie la persecución del Estado y la fuerza de la extrema derecha que lo llevó a la cárcel siendo presidente.
Pero se asoma una regla muy peculiar en la región. Resulta que desde 2015 ningún país ha repetido la configuración partidista del presidente que se somete a elecciones. Es decir, el voto de los ciudadanos se ha vuelto una poderosa herramienta, que sirve para elegir gobiernos y para castigarlos en caso de incumplimiento.
Lo anterior, parece indicar una nueva era en la historia política donde los ciudadanos empoderados son capaces de lograr de manera pacífica grandes cambios políticos sin la necesidad de incendiar al país como se hacía hace pocos años.
Ahora el reto será gobernar bien, cuestión que seguramente hará posible el ícono de la izquierda en América Latina porque Lula es el único líder que tiene la capacidad de unir a la región en desafíos comunes. Aunque los otros gobiernos quieran, no tienen el peso de Brasil ni la experiencia del presidente electo en la década del 2000 para hacerlo.