Por Arturo Hernández Cordero
El Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE), está viviendo momentos convulsos tras la designación de José Antonio Romero Tellaeche, como director general del Centro de Investigación por parte del CONACYT el pasado 30 de noviembre.
A raíz de tal hecho, se han llevado acabo múltiples destituciones de renombrados académicos y autoridades institucionales, lo que ha devenido en una crisis institucional en la que, profesores y estudiantes, han tomado las instalaciones del CIDE, motivo por el cual, el CONACYT ha advertido que suspenderá el pago de salarios a trabajadores y docentes, hasta que se liberen las instalaciones del CIDE.
Entre la opinión pública y la prensa, ya se empieza a visualizar la disputa entre el CONACYT y el CIDE, como un nuevo gran movimiento estudiantil a nivel nacional, pero ¿qué tan real es esto último?
La realidad es que el CIDE es un centro de estudios de corte progresista, un tipo de izquierda que contrasta con la izquierda oficialista, a la que representa el CONACYT, y en un esfuerzo por unificar ideologías (aunque ambas se encuentren dentro del espectro político de la izquierda), el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, está echando a andar todo su aparato institucional para aminorar el marcado corte progresista del CIDE, y la más inmediata medida es, deponer a los docentes, cuyo perfil catedrático tiene inmerso un sesgo ideológico progresista.
La izquierda en el poder, ya ha dejado en evidencia en reiteradas ocasiones, su rechazo a la izquierda progresista, en la que tan comprometidos se encuentran el grueso de los estudiantes y catedráticos de la UNAM y el CIDE, esto último no es precisamente malo, pero dificulta el ejercicio de investigación científica en materia social de la que tan habido se encuentra el país a día de hoy.
Es poco probable que el desencuentro entre el CIDE y el CONACYT prolifere y se convierta en un movimiento estudiantil a gran escala, dado que el conflicto no encuentra su origen en un problema social de relevancia, sino en las diferencias internas de la izquierda, que ya sea esta oficialista o progresista, siempre se percibe infantilista