A pesar de mencionar a Italia en el título de este texto, hablaremos más bien de París. Los haré transportarse hasta una bella terraza con un paisaje parisino, de modo que si acompañas esta lectura con música de acordeón de fondo y una taza de té o café, el sentimiento se apreciará mucho mejor.
En primer lugar, me gustaría enfatizar que disfruto el mantener el nombre de los lugares en el idioma original, porque así los conservo en mis recuerdos; no obstante, sé que la traducción es importante para la comprensión del texto, aunque a decir verdad la esencia de la lectura va más de la imaginación que de la narración misma. Por consiguiente, en esta historia mantendré la “Plaza de Italia”, con su nombre original en francés que es “Place d’Italie”.
Ahora, creo que todos conocemos esa frase popular que dice “todos los caminos llevan a Roma”. Y aunque su significado se basa más en lograr nuestros objetivos, sin importar el cómo o por qué, en este caso la “Place d’Italie” en la capital francesa si era la carretera que te llevaba directamente hasta Roma.
Con el tiempo se fue urbanizando y hoy en día esta gran plaza redonda, se ubicaba en el distrito 13 de París y aunque sigue siendo una avenida importante, ya no es el principal camino hacia Roma, pero conserva muy bien el nombre.
“Place d’Italie” es muy popular porque es una plaza grande y linda, donde puedes encontrar diversas tiendas, bares y restaurantes, además de que en sus alrededores están llenos de condominios donde habitan principalmente jóvenes, parejas sin hijos y mucho extranjero asiático, pues ahí se localiza el barrio chino más grande de la ciudad.
En mis días de vida parisina visitaba este distrito solamente para llegar al estudio de mi amigo Juan. Un estudio, para los que no están muy relacionados con el término, es básicamente un departamento de una habitación amplia con baño, cocina y área de sala-comedor, y con mucha suerte, algunos tienen ventana o terraza con una bella vista hacia la ciudad. En este caso, así era donde vivía Juan.
La realidad de ese estudio era que no pertenecía a mi amigo, era de otra chica que se lo sub-rentaba, es decir, que él lo habitaba mientras ella estaba de viaje, por lo que todas las sus pertenecías seguían ahí. Este acto de compartir vivienda temporal es normal en la capital parisina, ya que como las rentas son muy altas, se tiene la costumbre de mantenerlo entre amigos o sub-rentarlo cuando estás fuera de la ciudad. Y tengo muy buenos recuerdos de ese estudio, no era muy grande, pero era lindo visitarlo.
El edificio donde se encontraba el estudio era antiguo. Tenía un elevador pequeño y las escaleras eran angostas, pero me gustaba porque los pasillos tenían un toque de estilo oriental como se ve en las películas, y las pocas veces que me tope a los vecinos fueron amables y si eran asiáticos.
Lo que me gustaba de ese estudio, era la luz natural que entraba por la ventana y que iluminaba todo el lugar. Recuerdo que al entrar siempre lo encontraba lleno de libros, no sé si Juan lo hacía a propósito, pero siempre había pilares de libros que simulaban una pequeña pero desordenada biblioteca; tenía libros sobre la mesa, en el ropero y junto al sofá-cama.
A veces cuando llegaba de visita inesperada, también encontraba botellas de vino y dos copas, lo que me hacía pensar que había tenido una gran noche, pero me limitaba a preguntar y solo esperaba a que él mismo me contara. También tenía una mesa que servía como comedor y escritorio, estaba junto a la ventana, estaba bien iluminada y por alguna razón, se volvió un lugar importante en mis visitas. De igual forma, estaba repleta de libros.
La cocina era pequeña, se encontraba cerca de la ventana, pero en la pared opuesta a la mesa y enseguida estaba el baño. Este era pequeño, pero no me gustaba porque estaba lleno de cosas mal acomodadas de la verdadera propietaria.
Debo confesar que mis memorias se enfocan únicamente en el estudio cerca de “Place d’Italie”. Visité algún parque junto a los condominios, salimos de picnic y visitamos las tiendas de comida cerca, mis recuerdos ese lugar son básicamente de noche, llegaba en bicicleta y solíamos cenar, platicar y disfrutar de la lectura de poesía en voz alta. A veces Juan fumaba, un puro si mal no lo recuerdo, y tomábamos vino y cerveza o cenábamos las cosas que traíamos del restaurante, pero lo más rico eran las mañanas, cuando bajaba por pan y preparaba café.
Si hubiésemos compartido más tiempo en París, tal vez habríamos vivido juntos en algún estudio de “Place d’Italie”.