El escenario más complejo se cumplió para México y el mundo. Un extremista de derecha es presidente de Estados Unidos. Dentro del escenario internacional, hay quienes festejan y quienes se lamentan, que Donald Trump regrese a la Casa Blanca en una versión remasterizada.
Porque un personaje de esta naturaleza, mantiene una línea impredecible en su actuar, aunque hay algunas constantes que en la primera versión de Trump, ya conocemos. Se sabe que gusta de llevar ventaja en las negociaciones, es sagaz para mantener sus posturas y lleva al límite las condiciones para que sus adversarios claudiquen en sus intentos.
Aquella, que podría calificarse como terquedad, ha sido utilizada en múltiples expresiones cotidianas que dejan ver un político que está dispuesto a salirse con la suya, sin importar los costos secundarios.
Hay también quienes sostienen que ese modelo descrito, es solo una fachada. En la toma de decisiones, aseguran, se toma el tiempo, mueve las piezas y realiza las ecuaciones necesarias para salir victorioso de las batallas emprendidas.
Sea como sea, se trata de un presidente que hará alianzas con quienes comulgan ideológicamente y excluirá a todos los que le parezcan inferiores (migrantes, por ejemplo). Esa filosofía que pregona sobre las personas que llegan a su país sin papeles, es categórica. Para él se trata de delincuentes, de escoria social, bestias que comen animales (eso lo dijo en un discurso).
De tal manera, que vienen tiempos obscuros en la política migratoria, porque en ese particular no cederá en su empeño de “purificar” al país, deportando e impidiendo la entrada de migrantes a la unión americana.
Vendrá una batalla épica por impedir también el paso de drogas por nuestra frontera. Ahí la narrativa también es inflexible. Para el recién electo, México es el culpable de llenar las calles de su nación con fentanilo y otras sustancias nocivas.
En su visión hay que combatir el tráfico y no el consumo de estas drogas. Cuando la lógica más simple nos dice que mientras se siga consumiendo, estos estupefacientes encontrarán la forma de saltar todos los muros para llegar al mercado necesario.
Por último, Trump tiene una carta poderosa para desequilibrar a México. Se trata de la relación comercial que mantenemos desde hace décadas. Aunque el también empresario conoce perfectamente su dinámica, hay puntos en donde sabe que puede sacar ventaja como por ejemplo los aranceles.
Sin embargo, la relación bilateral entre México y Estados Unidos, tiene que fortalecerse ya sea por conveniencia o por convicción, porque los otros mercados que juegan en el escenario internacional buscan afanosamente sustituir los productos más competitivos que tienen estas naciones.
Por ejemplo, China y los tigreres asiáticos, empujan con fuerza a través de la industria automotriz. Ramo que representa un impulso para nuestro país y para nuestros vecinos. Si ese binomio se fractura, el mercado asiático inundará con oferta más barata y competitiva. Cuestión que no conviene a ningún país de Norteamérica.
De tal suerte, que estaremos por ver las opciones que tiene Trump para tratar de hacer grande a América sin tocar los intereses de México, cuestión que desde ahora se antoja muy difícil.