El organillero, es la referencia inmediata del México de finales del siglo 19 e inicios y mediados del siglo 20.
Su función es muy sencilla, girar una manivela sobre su eje a un cilindro para que a través de unos mecanismos emanen de una caja de resonancias, diferentes temas musicales con el sonido parecido a flautas.
En Tulancingo, es común encontrar a los organilleros, principalmente en la Central de Abasto, en el jardín La Floresta o cerca de la zona de los mercados.
Carlos Flores, es uno de los pocos organilleros que quedan en el país. En entrevista, dijo que actualmente alrededor de 50 trabajan en algunas ciudades del centro de la República Mexicana.
Las canciones que surgen de este aparato mediante varillas, con muescas que corresponden a partituras, son: Hermoso cariño; Amor eterno; Volver, volver; Las Mañanitas y Dios nunca muere entre otras.
Son melodías que llevan una parsimonia, que nos remonta a la Ciudad de México de los tranvías, de la época de oro del cine mexicano y de algunas zonas populares de la capital del país, como Tepito, La Merced o la Alameda Central.
El clásico mono cilindrero, ahora de peluche, es todo un emblema para los organilleros, ya que anteriormente era adiestrado para pedir la “coperacha” a quienes escuchaban la música.
En cuanto a la vestimenta que utilizan, que es un coordinado color beige y una gorra tipo “policía”, comentó Carlos Flores, es una tradición que data de los tiempos de Francisco Villa, quien uniformaba de esta manera a los integrantes de su tropa que desobedecían sus órdenes, con arduos trabajos a pleno sol.
La renta por este instrumento, es de 190 pesos diarios y lo que recaudan varía, ya que pueden obtener 500 y hasta 800 pesos