De los postres más queridos y reconocidos en las bellas calles de Paris encontramos a les macarons. Los puedes admirar en cualquier vitrina de las pastelerías, chocolaterías o en los salones de té.
Los macarrones, en la traducción al español, son unos pequeños pasteles redondos, suaves y cremosos por dentro, y crocantes por fuera. Son hechos a base de huevo, azúcar glass y polvo de almendras.
Aunque la fama de este postre proviene de los reconocidos banquetes que se realizaban en Versalles en la época en que María Antonieta y Luis XVI reinaron, estos se popularizaron hasta inicios del siglo XX con el pastelero Louis Ernest Ladurée, creador de las pastelerías gourmet Ladurée. Este chef tomó la base de la receta uniendo ambas caras con un cremoso ganache, y decidió mejorarlo haciendo un colorido macarrón y una más dulce crema en el interior. De ahí surgen los bonitos y cálidos macarrones coloridos que conocemos hoy en día y la receta nunca cambió.
Cuando llegué a la capital y me hice de amigos franceses me pareció increíble que la mayoría, al menos en su infancia, han cocinado este delicioso manjar.
En efecto, degustar de este pastelito es toda una experiencia ya que existen múltiples sabores. De los clásicos están de chocolate, café, pistache, frutos rojos, limón y mi favorito, y hasta cierto punto con nombre romántico, el de pétalos de rosa. Sin embargo, también varían los sabores según la época del año; en verano podemos encontrar sabores más tropicales como menta, coco o mango y en invierno destaca el praliné, que es una mezcla de chocolate, almendra y avellana molida… ¿se te antojaron cierto?
En pocas palabras, tomar un café en una terraza y acompañarlo con un macarrón es definitivamente una experiencia de estilo de vida parisina, y si eres de los amantes del helado como yo, existen también las heladerías Amorino, dónde no solo tienes la experiencia del macarrón sino que lo puedes acompañar de un delicioso gelato, pero bueno, de esto les contaré después