Como era de suponerse, la marcha del pasado domingo 27 de noviembre convocada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, fue multitudinaria. Esa deducción lógica tiene que ver con el hecho de que el actual presidente de México, lleva años convocando al pueblo a la movilización.
Es decir, la esencia de Morena (partido político que lo llevó al poder), se entiende gracias a una mezcla entre partido y movimiento social. Esa fórmula ha sido muy útil para dar una plataforma política al presidente, pero también para tener un contacto directo con la gente.
En esa dicotomía el mandatario se mueve muy bien. Es titular del Poder Ejecutivo Federal pero no deja de ser el líder moral de su movimiento; y quizá, en ese doble rol, radica su fortaleza política.
Cuestión que, hay que decirlo sin reparo, ya conocimos en México en la etapa de mayor concentración de poder en el presidente. Estoy refiriendo aquellos tiempos donde el máximo líder del partido (PRI), era también el representante de los sectores organizados léase sindicados y agrupaciones campesinas.
Sin embargo, aquella etapa dista mucho de tener paralelismo en la figura del actual mandatario nacional. Su comportamiento, discurso y condiciones son diametralmente distintas a las referidas con el PRI de los años 60 y 70.
No obstante, si existen rasgos que vale la pena resaltar para tener un sistema de pesos y contrapesos como dicta el canon democrático. Basta decir que el debate político, ahora se da con mayor libertad. Existen los mecanismos que incentivan la libertad de opinión desde lo formal (medios de comunicación) hasta lo informal (redes sociales).
También hay un régimen que apuesta a la distribución equitativa del poder, se incentivan mecanismos de participación ciudadana (consultas y referéndums), se estipula por ley la participación de grupos minoritarios (acciones afirmativas), se busca la paridad en las candidaturas, entre otras.
Estos puntos marcan una diferencia entre el sistema de acumulación de poder en la figura del presidente, rasgo muy marcado en años anteriores y lo que estamos viviendo ahora. Aunque hay todavía quienes insisten en llevar a la presidencia de la república, la figura de la reelección.
Pero regresando al tema de la movilización del pasado domingo, vale la pena tener en cuenta el componente de liderazgo de masas que mantiene López Obrador y que es refrendado en las calles. Como pocas veces, abarrotadas para mostrar el apoyo al que cumplió cuatro años en Palacio de Gobierno.
Eso hay que destacarlo, ese elemento nuevo que a diferencia de otros tiempos, conduce a la figura del presidente a la calle siendo respaldado por miles de personas. Ese elemento, hay que subrayarlo, no puede otra cosa más que un verdadero fenómeno social.
Ante esta realidad hay que tener mucha serenidad. El líder suele perder el piso cuando entre las masas es vitoreado y no se encuentra otro camino de nación, si no es con él y gracias a él. Esto también ya lo vivimos en otras latitudes y así se entiende el fascismo.
No obstante, y para tranquilidad de muchos, López Obrador en su discurso resalta el papel de los jóvenes y enfatiza en el cambio generacional. También se dijo maderista y erradicó de un grito la posibilidad de quedarse más tiempo en el mandato.
Estas señales y el afán de iniciar el bautizado “humanismo mexicano” nos hacen pensar que el presidente ayer alcanza un nivel superior al tratar de dejar un legado político que lo trasciende.