Hace 26 años un debate inusitado invadió al país, los legisladores federales de aquel lejano 1996, propusieron realizar una reforma a la Ley de Husos Horarios y con ello, implementar una hora de diferencia entre el verano y el invierno en el territorio nacional.
Lo anterior, a lo largo del tiempo tuvo una larga lista de implicaciones. Por principio de cuentas, no se cumplió el postulado por el cual se implementó el cambio. Según se dijo en ese momento, recorrer el horario traería un mayor ahorro de luz.
A casi tres décadas de esa furtiva suposición, se tiene evidencia que no se lograron ahorros. Al contrario, hay evidencia que el uso de energía eléctrica se mantuvo al alza. Además de lo anterior, las implicaciones para la salud no se calcularon bien.
Ahora sabemos que esas “alteraciones del tiempo”, tienen consecuencias todavía no exploradas. Pero que todo indica que el cuerpo sufre una afectación por las variaciones mencionadas. Es decir, al modificar la rutina de los horarios de descanso y alimentación, el cuerpo resiente y cobra factura.
Por tanto, no era raro ver alteraciones de carácter, estrés y otros efectos secundarios en la población. Ahora, con mayor evidencia sobre la materia, se logró revertir la medida en el Senado de la República, con 56 votos a favor, 29 en contra y cuatro abstenciones.
No obstante, el próximo domingo 30 de octubre, conforme a la ley aún vigente, en la mayor parte del territorio deberá atrasarse el reloj una hora, pues comienza el horario de invierno. Sin embargo, esa será la última vez que se realice ese cambio en los relojes.
Con la modificación de regresar a un solo horario en todo el territorio nacional, tendremos nuevamente el mismo huso en la zona fronteriza norte, que abarca a diversos municipios de Tamaulipas, Chihuahua, Baja California y Sonora.
No obstante, en la reforma propuesta se agregó una disposición para que en el caso de que una entidad pretenda adoptar una de las zonas horarias en su territorio, el Congreso local podrá enviar al Congreso de la Unión la iniciativa para modificar el horario estacional o la zona horaria que se pretenda, a propuesta de la mayoría de los integrantes de ese Poder Legislativo, mismo que podrá realizar consultas ciudadanas.
Eso parece una locura porque podría confundir a quienes comparten la misma área geográfica. Por ejemplo, los límites entre el Estado de México y la CDMX son casi imperceptibles. Ahí podría existir distinto horario, aunque se trate del mismo espacio debido a que estamos hablando de una zona metropolitana.
Sin embargo, solo nos queda pensar que los diputados serán sensatos con la posibilidad de “alterar el tiempo” a su antojo y no cometer estos exabruptos que tendrían consecuencias inimaginables. O quizá no debemos de confiarnos, porque en un no muy lejano, el 6 de noviembre de 2019, los propios legisladores federales “detuvieron el reloj legislativo” para decretar un receso y llegar a un acuerdo antes del plazo definido, para aprobar el presupuesto de egreso de 2020.
Este ejercicio de relatividad del tiempo no sitúa en una disyuntiva filosófica de hasta donde el hombre puede incidir en la naturaleza. Al final del día, el horario es una invención social pero también es un ciclo natural.
Sea lo que sea, lo que queda claro es que regresaremos a una medición tradicional, que nunca se debió de cambiar por capricho de unas personas.