Por Cristian Andrey Rangel Hernández

El pasado domingo la organización Oxfam publicó en su reporte anual sobre desigualdad que, en los últimos dos años, las personas más ricas del planeta se enriquecieron más rápido que el resto de la población; el 1% se enriqueció al doble que el resto del mundo, y esta aceleración fue mayor durante la pandemia.
La desigualdad económica sin duda es el tema más debatido hoy en día en el mundo, los trabajos de académicos de influencia mundial como Atkinson, Milanovic, Bourguignon y Piketty lo han puesto en la agenda de los hacedores de políticas públicas; sin embargo, aún hace falta mucho trabajo para entender sus múltiples causas y, todavía más importante, encontrar la forma de combatirla agresivamente.
En la economía mexicana sus problemas no son un tema nuevo: bajo crecimiento, continua incidencia de pobreza en la población, baja productividad en todos los factores de producción, violencia, corrupción, entre otros. Sin embargo, el problema más importante, pues impacta de forma transversal a todos los demás, es la creciente desigualdad económica. En México solo el 1% de las personas más ricas concentra el 10% de los ingresos nacionales y el 10% más rico alberga 57% de los ingresos, según un informe publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
El coeficiente de GINI, que es la medición más común de desigualdad, se elevó de 44 a 63 (0 siendo igualdad absoluta, 100 desigualdad absoluta). Estos niveles tan elevados de concentración del ingreso en pocas personas impactan de forma negativa en el crecimiento económico, afectan la vida pública y, por ende, la vida democrática del país, formando un círculo vicioso de desigualdad económica y política.
Las trampas de pobreza existen (véase en la columna del 2 de diciembre 2022) y su transmisión intergeneracional es un fenómeno recurrente, la desigualdad de oportunidades es un amplificador de estas trampas y de la desigualdad económica que a su vez facilitan la captura institucional que nos lleva a enfrentar peores gobiernos, más separados de la realidad de la vida pública y más al servicio de intereses privados sobre los públicos.
Más allá de grandes reformas, de grandes proyectos con enfoque en décadas pasadas, de programas y políticas populacheras, o polarizar al país y censurar a los medios de comunicación, el país requiere hacer un combate frontal, de destinar un gasto público mucho más transversal y una recaudación fiscal más progresiva orientada a contener el crecimiento de la gran brecha de desigualdad que cada vez se abre más entre todos los mexicanos.

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