Por Arturo Hernández Cordero
La situación en la región Asia-Pacífico, ha tenido su mayor escalada de tensión en los últimos tiempos debido a la visita de la presidenta de la cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, a la isla de Taiwán, considerada por el régimen comunista chino como una provincia rebelde.
La política demócrata y principal líder parlamentaria estadounidense, desacató las advertencias de China e incluyó una visita a Taiwán en su gira por Asia (que originalmente no estaba prevista), algo que el régimen de Xi Jinping, ha considerado una provocación por parte de Estados Unidos y en respuesta ha llevado a cabo maniobras militares en el estrecho de Formosa (que separa a Taiwán de China) e implementado durísimas sanciones comerciales a Taiwán.
Hasta esta semana, Estados Unidos no se había posicionado oficialmente con respecto al conflicto entre China y Taiwán, pero el hecho de que la principal congresista de Estados Unidos, haya visitado ese país, en medio del escenario más turbulento en la geopolítica internacional desde hace décadas, se suma a una larga lista de desaciertos diplomáticos por parte de la actual administración demócrata de Estados Unidos.
El conflicto chino-taiwanes es ya de por si una cuestión compleja en demasía, que va mucho más allá de una disputa territorial; ambos regímenes acusan a su contraparte de ser gobiernos ilegítimos y no existe compatibilidad alguna entre ambos. A diferencia de la península de Corea, donde solo uno de los dos modelos ha resultado exitoso, Taiwán ha tenido una economía de libre mercado y plena democracia, que le ha permitido crecer a la par de China continental y se ha consolidado como un puente comercial entre esta última y el resto de los países del Pacífico, es por ello que una posible invasión China a Taiwán, sería especialmente desastrosa para el comercio internacional.
El Gobierno demócrata de EE.UU., continúa provocando a sus rivales geopolíticos afectando a terceros. La situación geopolítica internacional pasa por su peor momento desde la guerra fría, y gran parte de la culpa recae en un gobierno que se presumía progresista y respetuoso de la soberanía y el derecho internacional