Tuve un sueño donde me encontraba en un lugar oscuro y desconocido, pero no sentía temor. Si miraba hacia arriba, un orificio pequeño dejaba pasar un rayo de luz tenue, mismo que lograba iluminar la totalidad de mi rostro y cuello.
Si miraba con atención también se alcanzaban a ver mis manos, mis pies y el resto de mi cuerpo; y me sentía tranquila. Mi mente se encontraba en calma y sentía que mi cuerpo se elevaba. Al principio, creí que flotaba, pero realmente nadaba.
Al darme cuenta de que mi cuerpo estaba sumergido en agua logré sentir un frío inmenso, pero seguía tranquila y sonriendo, aunque eso me hizo despertar.
Al abrir los ojos, desperté con esa sensación de claridad y calma, como cuando has nadado mucho y no queda más que descansar. Así que deseé volver a dormir para retomar el sueño, pero entre el claro anhelo y los pensamientos matutinos recordé que eso más que un sueño había sido un recuerdo ya vivido, entonces comencé a evocar los momentos más parecidos hasta llegar al día exacto dónde todo aconteció.
Al parecer, mi mente rememoró una visita al Cenote Azul en la Riviera Maya, un momento en el que me sentí totalmente bendecida, después de un caos masivo de pertenencia.
Así que posiblemente sea por el inicio de la cuaresma o las vacaciones próximas y los nuevos proyectos que estoy por comenzar, que inconscientemente me hayan recordado este magnífico lugar del cual hoy les voy a contar. Pero antes de iniciar con la aventura, debemos saber lo que es un cenote.
Un cenote, para los que no están familiarizados con el término o su importancia cultural, es un pozo de agua natural de gran profundidad, que se alimenta de las filtraciones de la lluvia y las corrientes de los ríos subterráneos. La gran mayoría de los cenotes se encuentran ubicados en la Península de Yucatán, en el sureste de México y su magia radica no solo en su belleza rodeada de naturaleza y dimensiones, sino también en su importancia para la cultura maya.
La primera vez que visité un cenote fue a los 14 años, no recuerdo en que parte del estado de Yucatán me encontraba exactamente, pero era muy cerca de la zona arqueológica de Chichen-Itzá. En esa primera visita, no fui capaz de meterme a nadar porque el agua era demasiado fría y el sitio por dentro, era muy oscuro y hasta cierto punto lo sentía peligroso (de pequeña era muy insegura).
Recuerdo que solamente unos cuantos compañeros de danza, los más grandes, fueron los que se aventuraron a nadar y yo, junto con las bailarinas más pequeñas jugamos los dedos de los pies en el agua fría únicamente sentadas a la orilla.
La segunda vez que visité un cenote fue casi 15 años después. En esa ocasión viajaba sola por la Riviera Maya, buscando reposo de la monotonía citadina, y entre las cortas visitas que logré hacer para reencontrarme con algunos amigos, fue Sabrina quien me sugirió visitar aquel lugar.
El Cenote Azul es de los más cercanos entre Playa de Carmen y Tulum. Se encuentra a 25 minutos de la ciudad y tiene un fácil acceso debido a la entrada situada muy cerca de la carretera, pudiendo llegar en trasporte público o automóvil particular. Este cenote se caracteriza por su nivel visual, ya que la totalidad del agua es de color azul, pero no cualquier azul, un azul cristalino deslumbrante.
Sabemos que el color azul simboliza serenidad, paz y confianza, entonces pueden imaginar las emociones que logras sentir al estar en las partes abiertas del cenote, dónde la luz del sol se refleja en el agua y el color azul cristalino te invade y no hace más que envolverte en calma.
La verdad es que con solo ver el color del agua tu mente se tranquiliza y empieza a disfrutar. De ahí la razón por la que adquiere su nombre.
Además de eso, el Cenote Azul, como cualquier otra maravilla yucateca, está rodeado de vegetación, formaciones rocosas y abundantes peces que, si te quedas tranquilo, se acercarán para darte besos o como la gente suele decir, para hacerte “manicure y pedicure”. De hecho, la cantidad de peces es tan abundante que uno de los principales atractivos en el lugar es hacer “esnórquel” y no te preocupes que la profundidad máxima es de cinco metros y si no tienes equipo, ahí lo puedes rentar.
En el Cenote Azul, el agua es un poco más fría que la del Caribe, pero con el clima de la primavera en puerta, visitarlo es realmente agradable.
Recuerdo que pasamos casi todo el día nadando, descansando y entre charlas cortas, disfrutando plenamente de la naturaleza. También, mientras yo hacía esnórquel, Sabrina meditaba y al verla me llenaba de gratitud y alegría.
El agua era fría y eso no me impidió nadar. Algunas rocas y sus sombras oscurecían las aguas y aun así nada me impedía nadar y explorar. La magia del agua es su movimiento constante y que todo fluye. Regresando a mi sueño, Victoria fluye como agua.r