Las últimas semanas han sido de gran turbulencia en el Reino Unido. Parte de la población británica, se ha volcado a las calles con el objetivo de manifestarse en contra de la inmigración ilegal y desenfrenada, que desde hace años ha llegado a Gran Bretaña, así como de la situación de inseguridad, el colapso del modelo asistencialista y el desplazamiento de los británicos de las grandes ciudades que esta inmigración ha originado.
Las protestas se dan en respuesta a un hecho que conmocionó a UK el pasado 29 de julio: un inmigrante de origen africano perpetró, un atentado de apuñalamiento en un evento para niños en el norte de Inglaterra, donde tres infantes resultaron muertos y otros nueve con heridas graves.
Esto terminó por ocasionar un estallido social sin precedentes recientes en UK; que aunado al descontento generalizado de muchos británicos por la situación migratoria y el inestable momento económico que vive el Reino Unido, dan pie a un escenario convulso solo comparable al que había en la época post industrial, antes de la llegada de Margaret Thatcher al poder.
Si bien, los discursos radicales y las protestas violentas han llamado la atención de los medios internacionales, el fondo del problema radica en la desmesurada inmigración ilegal de gente de origen africano e indostánico, incentivada por el gobierno laborista de Tony Blair desde hace casi 30 años y actualmente siendo retomada por Keir Starmer.
La renuencia de los inmigrantes por integrarse a la sociedad británica y apegarse a las leyes del Reino Unido, han generado malestar en los locales, que tampoco ven con buenos ojos la rápida islamización de su país y el colapso de su sistema social.
Suecia, Francia, España, Reino Unido y varias otras naciones europeas, son un claro ejemplo de que la inmigración desenfrenada ya no puede justificarse desde la burda premisa progresista del “enriquecimiento cultural”, ya que lo único que ha traído son dificultades económicas e inestabilidad social a los países receptores, cuyas poblaciones son cada vez más reacias a aceptar el desplazamiento del que están siendo objeto, y la reacción lógica de estas sociedades ya no puede ser atribuida a la intolerancia.