Hace unos días escribí en twitter, y cito: “Imagínate vivir en Europa y perderte de los tacos de canasta, de las tortas gigantes, de la fruta picada con chilito, de los antojitos, de las tortas de tamal, de los tacos de guisado y de los chicharrones y dulces que venden afuera de la escuela”, por decir algunos.
¡Ah… de tan solo mencionarlo, me ha dado hambre!
Aquí en México, estamos acostumbrados a encontrar comida en cualquier rincón a donde vayamos y las escuelas, independientemente de estos años en pandemia, son irónicamente un referente crucial que ofrece a la salida una lista basta de comida popular mexicana.
Ahora, no sé a ustedes, pero a mí la comida realmente me inspira, y podría decir que mayoritariamente mis recuerdos están relacionados con algo de comer, como por ejemplo la sazón de mamá y las salidas con amigos.
En Francia, de las pocas cosas que tienen de comida callejera, son el “kebab” (origen árabe) y el “baguette. No mucha gente va comiendo por ahí en las calles.
La verdad es que no está prohibido el vender en las calles, hay uno que otro carrito ambulante, principalmente en los sitios de conglomerado turístico; pero los permisos de uso de suelo son igualitarios y llueve mucho, por lo que los franceses prefieren hacerlo dentro de un local.
Referente a las escuelas, durante mi estancia en París yo viví durante casi un año cerca de un “Lycée”, que para nosotros sería el equivalente al nivel de educación básica secundaria; y era muy triste ver que afuera de la escuela no había nada, ni un ambulante o una tienda, nada. Enfrente de la escuela estaba un edificio habitacional parisino convencional, y si los adolescentes querían comprar algo iban directamente a la panadería o al supermercado cerca. No encontrabas ese “champurrado” en las mañanas o el “ponchecito” por la tarde en los días lluviosos. Solamente encuentras café.
De igual manera, al entrar a la universidad los únicos lugares donde encuentras comida son las máquinas dispensadoras de comida dentro de la facultad y evidentemente el comedor universitario, que por cierto este último es muy barato. Pero yo extrañaba de vez en cuando los antojitos, un poco de grasa, picante y los dulces.
Los dulces franceses o “les bonbons” no son suficientes para esta amante de las golosinas con tamarindo.
Y hablando de tamarindo, tengo una anécdota muy graciosa de cuando conocí a Germain…
El día que salimos por primera vez, fue a una terraza cerca del río Sena llamada “La Javelle”.
Lo recuerdo muy bien porque yo llevaba poco de haberme mudado al 15éme y era unos de los sitios nuevos que quería conocer.
La tarde estuvo lluviosa, pero el día fue perfecto. Como él viajaría pronto a México, quise sorprenderlo con dulces mexicanos y le llevé un par de “pulparindos”. Yo estaba muy emocionada, porque probaría algo de mi México.
Sin embargo, él lo recuerda como el día en que lo quise matar con un dulce que pica; con la primera mordida empezó a toser. Hoy en día, después de año y medio viviendo en México, come tanto picante como un verdadero mexicano.
Y volviendo a estos días, una de mis amigas está a punto de iniciar su aventura por Europa.
Me emociona el poder recomendarle a través de mis textos y mis aventuras, cosas que estoy segura le ayudarán a sobrevivir un año (o más) fuera de México.
De mis recomendaciones básicas para viajar y ser una buena embajadora cultural son cosas comestibles, lo demás se puede improvisar

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