Morena ha demostrado un proceder casi perfecto en la estrategia por competir y mantener el poder; además de que sabe jugar muy bien con los tiempos electorales, para hacer que sus militantes y simpatizantes, se mantengan siempre activos.
Hay que recordar los ejercicios de participación ciudadana, que llevó a cabo como el referéndum y el juicio a los expresidentes. Dos mecanismos de participación directa que convocaron a miles y que ayudaron a reforzar la ideología de la 4T.
Ahora, conocedores de una premisa sencilla, “adelantan” la competencia interna para la sucesión presidencial, poniendo un ingrediente peculiar sobre los aspirantes. Si de verdad desean obtener la candidatura, deben de renunciar a sus encargos públicos.
Con esa modalidad se da iniciada la carrera presidencial en un ámbito “informal”, porque los aspirantes harán una campaña en tiempos que no están contemplados en la ley. Para tal efecto, tendrán que ser muy cuidadosos, para no violentar la legislación electoral.
En este sentido, cabe mencionar que López Obrador demuestra una vez más, olfato político y lectura zagas de la circunstancia política. Pondrá a competir a todos los que han manifestado esa intención y al final –según su propio posicionamiento–, el líder del movimiento tomará una decisión.
Lo anterior, por supuesto, avalado por una serie de encuestas y mecanismos más o menos sofisticados, que ayuden a disimular una voluntad unipersonal.
Es probable que lo anterior no sea tan exquisito en las formas, pero en el fondo ayuda a crear una atmósfera muy distinta a los viejos tiempos, donde por “dedazo” el presidente decidía quien sería su sucesor.
De tal suerte que la construcción de un ejercicio democrático y justo, queda en el imaginario colectivo. Así será –al menos en la narrativa-, pero algo nos hace pensar que López Obrador tendrá la última palabra.
Mientras eso ocurre, los aspirantes estarán a lo largo del país pregonando la imagen del presidente, de su partido, construyendo las bases sociales que les permitan afianzar su propio capital político, para que al final del día la balanza se incline a donde el “gran elector” determine.
El plan parece bueno pero la complicación vendrá si los competidores no avalan el método. Si alguno de ellos se “sale del carril y decide irse por la libre”, el escenario cambia radicalmente. Porque cabe la posibilidad de que alguno de ellos, no apoye al compañero o compañera ganadora de las encuestas y, por tanto, la opción guinda tendrá que competir sin la pregonada unidad.
No hay que ir muy lejos. El pasado domingo en Coahuila, Morena y PT decidieron caminar por separado y el resultado fue negativo. Ahí, todavía seguirá gobernando el PRI con sus 100 años sobre sus espaldas.
Esa lección (ir separados de los aliados históricos), tiene consecuencias graves. Por tanto, hay que cuidar que todos los aspirantes se resignen a la opción de no ganar y una vez que no se logre su objetico personal apoyar al otro.
Cabe destacar que en este momento ese escenario parece difícil, porque el calor de la competencia hace inevitable la confrontación. Hay que esperar un poco para ver si nuevamente Morena hace gala de su conocimiento de las formas y del fondo de la política mexicana.