El intervencionismo, la idea de la soberanía y la defensa de uno o la existencia de otro ha cambiado a lo largo de los años, desde una independencia para defender nuestra forma de gobierno hasta sostener incorrectamente que las condenas internacionales son un ataque a la soberanía nacional.
La idea misma de soberanía y de nacionalismo ha cambiado conforme ha evolucionado el derecho y ello con base en un sistema participativo y democrático del pueblo donde la soberanía ya no depende de una o de un grupo de personas sino de los derechos de un pueblo determinado por una serie de principios que deciden ejercitar frente a un mundo globalizado.
En tal sentido, una soberanía tradicional que no puede permitir bajo ninguna circunstancia una condena internacional es una nación incumplidora y se encuentra en una grave violación a los derechos de su propio pueblo cuando pretende no aceptar las condenas internacionales que su propio pueblo ha aceptado a través de los principios básicos que han establecido en su constitución.
En ese mismo sentido, una soberanía puede ser afectada cuando se ataca o se denigra desde un curul en otro país, pero el derecho internacional no es aquel del medioevo donde la respuesta bélica sea la más prudente ni la más convincente.
Del mismo modo, que el intervencionismo tampoco es la intromisión ni la conquista de un país sobre sino cuestiones tan sutiles como presiones internacionales sobre decisiones propias de cada gobierno.
Por tanto, el intervencionismo no puede ser resuelto de la forma convencional con la misma amenaza desde el curul del otro extremo del país, sino por instituciones sólidas que eviten que las decisiones nacionales recaigan no solo en una persona sino en una presión proveniente de cualquier lado.
En tal sentido, la soberanía y la defensa de la misma en nuestra actualidad solo puede defenderse desde la protección a la democracia a las instituciones nacionales puesto que, conforme estas sean solidas menor podrá ser cualquier presión contra las mismas.
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