Hace unos días en este mismo espacio, dedicamos unas reflexiones al arribo de Donald Trump al poder. Lo hicimos encaminados por una óptica de asombro, por los primeros resultados que se conocieron. Hoy, sin embargo, podríamos hacer otras construcciones a partir de los que llamaríamos una contundente victoria en las urnas.
Como es bien sabido, Trump será presidente de los Estados Unidos de América del 2024 al 2028. Cuatro años donde nuestro país tendrá seguramente muchos aprendizajes en la agenda común, que tenemos con nuestro vecino del norte.
Es decir, se tendrá que construir la relación bilateral, a través de un enfoque distinto en cuanto a la dinámica migratoria, combate al narcotráfico y relación comercial (específicamente al tratado comercial con aquel país y Canadá).
Mientras eso ocurre, vale la pena hacer un comparativo entre la forma en que ganó la elección Trump y los posibles paralelismos que tenemos en México. Guardadas todas las proporciones del caso por el diseño del sistema electoral y de partidos, lo que vale la pena resaltar es el entusiasmo electoral de los norteamericanos en la última contienda.
Es decir, el partido republicano arrasó en el Colegio Electoral y en el voto popular. Esto trae como consecuencia que el nuevo presidente tenga al menos 52 de los 100 senadores que tiene esa nación; y en la Cámara de Representantes, contará con 213 de 435 asambleístas que conforman la cámara baja. Es decir, le faltarían cinco para hacerse de la mayoría.
Con estos datos, el recién electo tendría amplio margen para modificar, adicionar, emprender un sinnúmero de reformas que hagan posible cumplir sus promesas de campaña sin tener que negociar mucho con sus adversarios políticos.
Ante este muy favorable escenario para los republicanos y muy complejo para los demócratas, no hemos escuchado (al menos yo no) un discurso de la oposición encaminado a la aniquilación de la democracia.
Es decir, allá nadie ha cuestionado la tendencia arrolladora de los grupos extremistas y conservadores que representa Trump. Se hacen los balances necesarios pero el resultado de las urnas parece incuestionable.
Al contrario de lo que ocurre en México, donde la mayoría construida a través de las urnas es cuestionada por no aceptar el debate, la disertación y el intercambio de ideas. Parece contradictorio que en aquella democracia de las barras y las estrellas, se acepte un resultado adverso sin cuestionar que en adelante ese mandato se convertirá en una serie de políticas públicas que tendrán incidencia en todos los norteamericanos.
Les guste o no les guste, la legitimidad de Trump es incuestionable. Así lo demuestra su apoyo ciudadano. Y vendrán en adelante una serie de acciones que refuercen aún más esa ideología racial y de supremacía que caracteriza a los republicanos.
De tal suerte que los que no tuvieron el respaldo electoral tendrán que remar contracorriente. Esa es la esencia de la democracia. Esa sencilla ecuación la deberían de procesar en México, donde la oposición sigue cuestionando el método de la elección, sin tener en cuenta que el sentir en las urnas fue contundente hacia una opción política y que el discurso de Morena, siempre fue encaminado a construir una mayoría legislativa para modificar la constitución.
Así es la democracia en un sistema donde dos partidos (Estados Unidos) o dos bloques políticos (México) compiten por el poder. Una de esas dos opciones se llevará la mayoría, sin que esto sea menos democrático o la antesala de un sistema autoritario.
Así que a la oposición en México, habría que decirles que hagan un ejercicio de introspección antes que una estrategia de culpar a los de enfrente, por su pírricos resultados electorales.

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