En América Latina los procesos políticos tienen una dinámica muy peculiar; y aunque se mantiene un respaldo mayoritario por la democracia, lo que varía con frecuencia es la satisfacción con esa forma de gobierno.
Es decir, las personas parecen cómodas con la participación y la representación que son la base del sistema democrático, pero a la par persiste un mal sabor de boca con los líderes de los países que siguen estos postulados.
Esa extraña combinación puede explicar el surgimiento de políticos demagogos, que con una buena comunicación son capaces de persuadir a grandes masas de electores que confían en los cambios repentinos y sin tanta ciencia.
Quizá por ello, Trump en Norteamérica y Milei en el sur del continente, mantienen altos niveles de aceptación. Su forma de comunicar ha sido acertada, aunque todavía falta evaluar la eficiencia de sus políticas públicas.
En este sentido, los gobiernos de izquierda principales promotores de las libertades, están perdiendo el apoyo de algunos sectores. Por ejemplo, los jóvenes (base sustancial de la sociedad), no crecieron en entornos autoritarios, desconocen la lucha por cuestiones que ahora se dan por hecho (libertad de prensa, asociación, credo, por mencionar algunas).
Aquellas batallas les suenan muy lejanas y parecen más atraídos por los experimentos del mercado, la inteligencia artificial y otros menesteres del mundo digital.
Tal vez por ahí hay algo que cambiar, porque ser de izquierda es cada vez más agotador. Se están acabando los referentes actuales. Parece que ahora todo se puede resumir al comercio internacional sin importar las ideologías.
En ese sentido, vale la pena releer a los politólogos que han estudiado los distintos momentos de la democracia. Por ejemplo, Durante la década de los noventa del siglo pasado, Plattner hablaba del “momento democrático” y Huntington, de la “ola democratizadora”, derivada de la caída del “socialismo real” y la democratización de los países latinoamericanos que antes sufrieron dictaduras militares o la hegemonía de un solo partido gobernante.
Es decir, que en una línea del tiempo, hay buenos y malos momentos para la democracia. Se ausenta porque cae en un bache (populista, demagógico, por lo general) y regresa con fuerza para combatir una concentración de poder, que por lo regular se traduce en un gobierno unipersonal.
Lo cierto es que todo esto ocurre en el marco de elecciones y libertades acotadas. Por tanto, es cada vez más difícil romper estos paradigmas de la vida política. Mientras esto ocurre, grandes flujos de migrantes están esperando soluciones rápidas a una dinámica social cada vez más enrarecida.
A la par, los indicadores económicos ponen a temblar a los tomadores de decisiones y la preocupación por un asalto a los derechos básicos de movilidad, vivienda digna, alimentación, etc; parecen perderse en vericuetos de política exterior.
Ante el complejo escenario hay que estar preparados con respuestas fáciles a las demandas de los que son rehenes de estos cambios en el tablero político. No vayamos a tener un galimatías como lo decía Eduardo Galeano, que sostenía que: cuando ya habíamos encontrado las respuestas nos cambiaron las preguntas.