Vivimos en un mundo comercializado, todo se vende, todo se compra, todo tiene fines lucrativos. La diversión tiene precio, los momentos tienen precio y el placer por supuesto tiene un precio. El comercio sexual hasta hace unas generaciones se especializaba en la venta de “sexo” (prostitución) pero ahora en un mundo globalizado y capitalista y con las nuevas tendencias comerciales la industria sexual va mas allá de “vender la carne”.
Hoy en día la ciencia de la mercadotecnia dicta que un artículo se vende más si es promocionado con algún toque “sexual” ya sea en la imagen publicitaria, en su función o en su forma. Y entonces se dice que el “sexo vende”. Y así un acto natural se convierte en un artículo y como tal; tiene precio, se rige por la ley de oferta y demanda, tiene fecha de caducidad, se deprecia, y lo peor de todo: se cosifica a la persona.
Si fuera el precio el único detalle de esta comercialización sexual no deberíamos de estar tan preocupados, al final de cuentas por siglos se ha pagado por sexo; pero hoy debemos de poner especial atención y preocupación ya que el comercio sexual nos está orillando a la violencia tanto de género como física (trata de personas y prostitución infantil). Cada vez hay mas secuestros de menores para venderlos y usarlos para prostitución o pornografía infantil. Cada vez los estandares de belleza exigen más sacrificios. La violencia de genero hacia las mujeres es muy marcada y la igualdad en este aspecto también ha hecho que el género masculino sea esclavizado para su comercio en función del sexo.
Tenemos muchos ejemplos de esta situación: lo vemos en la prohibición de las mujeres para amamantar en público mientras que para vender música pueden enseñar todo. Los artistas pronto pierden popularidad si sus estándares de belleza sexuales son mermados con la edad (hombres y mujeres), el sexo explícito es cada vez más accesible a menores de edad. Los productos farmaceitucos ofrecen ya una gran variedad de remedios para las disfunciones (sin considerar que la disfunción es una consecuencia de).
Este sistema capitalista está convirtiendo el sexo en otras cosas menos en “placer”. Hoy en día se obtiene placer sólo si los estándares de belleza corresponden a la moda impuesta que beneficia a la industria textil y farmacéutica principalmente. La hipersexualización en las niñas obedece a crear en las niñas una dependencia a los artículos de belleza que comenzarán a comprar desde muy temprana edad y no lo dejarán de consumir hasta su muerte. A los niños en su reforzamiento de la masculinidad machista se les va creando la idea de que deben ser sexualmente activos, entonces consumen prostitución; y medicamentos y químicos que favorezcan su potencia sexual.
Así, muchos de los productos que encontramos en el mercado atienden a hacer del sexo una actividad casi obligatoriamente satisfactoria y para lo cual hay que invertirle dinero si se quiere llegar a la plenitud sexual.
La lencería por ejemplo es un buen estimulo sexual efectivo y un elemento para llevar acabo las fantasías; sin embargo, pareciera que el bombardeo comercial dice “sin lencería no eres sexy” “compra lencería para que seas sexy”; cuando ser sexy es más una actitud que una prenda.
La belleza en las mujeres es un atributo subjetivo, sin embargo, la violencia las mujeres las ha hecho que no busquen un buen estado de salud que proyecte bienestar (belleza) sino que se esfuercen y sacrifiquen para lograr ser el objeto de deseo del género masculino; y así la moda atiende a satisfacer los deseos de los varones.
El crecimiento de la industria del sexo – tanto legal como ilegal – ha distorsionado totalmente la manera de ver la sexualidad presentando a las mujeres como objetos destinados a satisfacer la sexualidad masculina, a satisfacer intereses económicos de grandes industrias y hasta para reestablecer el orden social y político.
Ya no es posible huir de este bombardeo de la industria del sexo; sin embargo, debemos ser objetivos y críticos al momento de consumir. No todo es bueno, no todo es malo.