Por Oscar Medina Olguín
En las últimas semanas, los habitantes de Tulancingo de Bravo, Hidalgo, han sido testigos de una serie de delitos que incluyen robos, atentados y quema de vehículos. Estos eventos resaltan la necesidad de comprender un concepto fundamental: la percepción de inseguridad, que se distingue de la incidencia delictiva real. Este fenómeno, al ser subjetivo, se construye a partir de emociones, experiencias personales, el entorno social y físico, y la información que los medios de comunicación y redes sociales amplifican.
La percepción de inseguridad no es simplemente el miedo al delito, sino una evaluación subjetiva de los riesgos o posibilidad de ser víctima. A diferencia de la incidencia delictiva, que puede medirse a través de estadísticas, la percepción de inseguridad es un sentimiento colectivo e individual que puede no estar directamente relacionado con los delitos reportados. A nivel estatal, la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE) de 2024 ha mostrado que la percepción de inseguridad sigue siendo una preocupación relevante para los habitantes de Hidalgo. Aunque el estado no se encuentra entre los de mayor percepción de inseguridad en el país, continúan existiendo problemas relacionados con delitos como robos y violencia familiar, que alimentan este sentimiento.
Los datos proporcionados por la Procuraduría de Justicia de Hidalgo reflejan la situación local en Tulancingo de Bravo. Entre enero y marzo de 2024, se registraron 1,012 delitos, siendo la violencia familiar el más frecuente, representando 13% del total. Además, el municipio se encuentra entre los tres de mayor número de secuestros en Hidalgo, con al menos 10 casos reportados entre 2019 y 2024. Esta incidencia delictiva tiene un impacto directo en la percepción de seguridad de los habitantes, quienes pueden sentirse cada vez más vulnerables en su entorno diario. La falta de preparación, equipamiento adecuado y la presencia de las fuerzas de seguridad locales, así como la falta de mecanismos y proyectos de seguridad pública, agrava aún más esta situación.
La percepción de inseguridad puede surgir incluso en contextos donde los delitos no son particularmente frecuentes. Aunque una comunidad pueda tener tasas delictivas relativamente bajas, si sus habitantes perciben que las autoridades son ineficaces, que el entorno urbano es inseguro o deteriorado, así como ser víctima directa o indirecta de un delito la sensación de inseguridad puede aumentar considerablemente. Además, aspectos como el nivel socioeconómico, la edad, el género refuerzan la sensación de inseguridad. Estos elementos crean un entorno que, aunque no sea intrínsecamente peligroso, genera en los habitantes una percepción negativa sobre su seguridad cotidiana.
No es solo una reacción emocional, sino que tiene repercusiones importantes en la vida cotidiana el aumento o disminución del índice de percepción de inseguridad. Socialmente, puede limitar la movilidad de las personas, afectando sus rutinas y reduciendo las interacciones en la comunidad. Económicamente, esta sensación de inseguridad puede frenar la inversión local y perjudicar el comercio. Además, a nivel político, erosiona la confianza en las autoridades, lo que a menudo genera demandas de medidas más estrictas que, en algunos casos, pueden perpetuar el ciclo de desconfianza. Los linchamientos y justicia por mano propia, a raíz de que el gobierno no logra atender la problemática, se suman a estas repercusiones.
Es importante entender que un índice alto de percepción de inseguridad puede ser más problemático que la delincuencia en sí misma, ya que limita las actividades cotidianas y afecta el bienestar de la comunidad de manera prolongada. Esta percepción crea un ambiente de inestabilidad que afecta tanto a nivel individual como colectivo, incrementando las tensiones sociales y la desconexión entre los ciudadanos y las autoridades.
Si las autoridades municipales del municipio de Tulancingo no toman en cuenta este fenómeno y no implementan estrategias adecuadas para mejorar la seguridad y la confianza pública, los costos sociales (fragmentación del tejido social) y económicos aumentarán. La percepción de inseguridad no debe ser vista como un simple reflejo de los delitos, sino como un indicador de cómo los habitantes viven y experimentan su entorno. Ignorar este fenómeno es permitir que el miedo defina la dinámica de nuestras ciudades. Es urgente que las autoridades actúen con políticas públicas eficaces y enfoques centrados en la seguridad y el bienestar de todos, para así restaurar la confianza y la tranquilidad que merecen los ciudadanos.
Maestro en estudios Regionales
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