El pasado 08 de marzo, miles de mujeres se apoderaron de las calles. En diversas ciudades su voz se hizo escuchar con fuerza y determinación. La situación lo amerita. Según cifras oficiales, 7 de cada 10, sufren algún tipo de violencia en México.
Por tanto, es urgente hacer algo para erradicar ese comportamiento que muchas veces socializamos sin darnos cuenta. Venimos de una sociedad donde la mujer se consideraba débil, sumisa y obediente: “calladita te ves más bonita”, “mujer que habla latín ni tiene marido ni tiene buen fin”, “lloras como niña”.
Por fortuna, sin la velocidad que se requiere, pero poco a poco hemos cambiado la visión donde esquematizamos lo femenino. Ahora, empoderadas y conscientes de los nuevos tiempos, se reúnen para gritar que pese a los cambios todavía se mantiene en el hogar, en el trabajo y en la vida cotidiana una forma de violencia.
Además, ellas padecen de formas sofisticadas de manipulación. Lo anterior, porque ahora se reclama su ahínco y tesón por reclamar. Se juzga su reacción al pintar monumentos, su desafío con la autoridad (como si las autoridades hubieran sido muy empáticas), su resistencia por utilizar canales institucionales (como si en este país las cosas se resolvieran a través de trámites administrativos).
Hay mucho que hacer y más por aprender de esta marea violeta. Pero el primer paso está dado. Ya nadie lo detiene, porque a juzgar de su poder de convocatoria, el movimiento goza de muy buena salud.
No hay liderazgos que secuestren la causa. No hace falta utilizar recursos para movilizar a nadie. Es decir, las compañeras llegan solas, se organizan, se arropan, se unifican. Son muchas, pero en estos momentos aplica el “nos tocan a una, nos tocan a todas”, hoy son una sola.
En el esquema de un movimiento puro, las que recorren las calles son hijas, madres, abuelas. Las hay con pareja, con amigas, con mascota. También hay quienes tienen una actitud beligerante, aunque la mayoría son pacifistas.
Al caminar se escuchan voces tímidas que apoyan la causa pero que por alguna razón no pueden acompañar. De alguna ventana se asoma un paliacate verde símbolo de sororidad, en un balcón miradas que pretenden ser discretas testimonian la algarabía.
Es deleznable la situación de violencia generalizada en el país. Lo es más cuando apunta sistemáticamente hacia las mujeres. Pero lo que ocurre en estas manifestaciones nos demuestra que existe un camino.
Se está generando la conciencia entre diversos sectores, se está dejando un testimonio histórico, se está señalando una inercia de violencia inexplicable, se está construyendo un camino que parecía muy lejano.
A las forjadoras de estos nuevos tiempos les reconocemos su compromiso y les decimos que ojalá este sea el último año que tengan que salir, ojalá que se queden sin materia prima, ojalá que sus reclamos de hoy sean las bases de un entendido social donde quede erradicada la violencia.
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