Como pocas veces he leído tantas reseñas de un mismo evento. Lo hice porque no quise asistir a la marcha convocada para “defender al INE” organizada por los partidos PAN, PRI, PRD y otras organizaciones claramente inclinadas a la derecha del espectro político.
Esas lecturas referidas tienen pocas coincidencias. De hecho, descansan su argumentación en la cantidad de personas que salieron a las calles y los nombres de algunas figuras, que hace poco ostentaban el poder o eran referente de la vida pública.
Poco se aborda sobre el fondo del asunto. De hecho, hay una gran ausencia argumentativa del profundo cambio que se pretende realizar al sistema electoral mexicano. Como ocurre con frecuencia, se reduce todo a la mínima expresión de: no desaparecer al INE.
Cuestión por demás retórica porque nadie en sano juicio podría proponer la eliminación de una de las instituciones más emblemáticas de la democracia mexicana. Por el contrario, lo que se plantea es una serie de modificaciones encaminadas a reducir los altos costos del INE que mantiene un cargado gasto de operación.
No hay duda del papel invaluable de esta institución, pero tampoco es un secreto que muchas de sus actividades, son inexplicablemente onerosas en un país con marcadas carencias en lo social y económico.
Lo anterior, no se escuchó por ningún lado entre los manifestantes. Al revés, lo que testimonian los diarios es un razonamiento polarizado entre los asistentes quienes gritaban que el actual gobierno quiere implementar una dictadura al eliminar al árbitro de las elecciones.
Lo cierto es que se debe celebrar que el debate sobre reformas a la ley electoral, se haga cada vez más público. Un signo de la democracia es justamente la participación de distintos sectores en los temas, que son básicos para la organización social.
Hasta hace poco, esos menesteres se debatían –y muy probablemente, se negociaban– en otras esferas. Ahora, en cambio, el asunto se ventila en la calle. Con todas las ventajas y desventajas del caso, pero es preferible la manifestación social que el arreglo en lo obscurito.
Hay otro elemento ausente, un ejercicio real de autocrítica. Lo cierto, es que el INE cuesta mucho. Modificar su presupuesto no implica vulnerar su operación. Hay que buscar la forma de hacer eficiente esa institución, sin tener la necesidad de gastar tanto dinero en elecciones.
Y esto lleva a otro terreno inexplorado ¿En qué momento empezaron a costar tanto las elecciones en México? La respuesta en sencilla, en el momento que nuestro sistema estuvo supeditado a intereses personales de los grandes capitales.
Por ejemplo, en aquellos que tomaron la decisión de dar millones en gasto de publicidad y propaganda a los medios tradicionales. De esta manera, empresas como Televisa y Tv Azteca se enriquecieron sin recato.
Ahora que se propone reducir a su máxima expresión estos recursos aquellas voces se manifiestan y se desgarran las vestiduras.
En esos arranques hay algunos rehenes. Tal es el caso de José Woldenberg, quien fue el único orador el pasado domingo y quien de ser un referente de la democratización del país pasó a ser un vocero de intereses mezquinos.