¡Pero qué rico puente he aprovechado esta semana! He disfrutado mucho de las tradiciones, pero también descansé un poco el cuerpo y el alma. Sabemos que la mente nunca para, pero después de un descanso colectivo fluye mucha inspiración, así que durante estos días además de actualizar mi álbum otoñal, de continuar con mis bordados pendientes y de otorgar consejos para viajeros futuros, decidí recordar de manera cronológica las aventuras de mi último viaje y con ello, las historias que les voy a compartir.
Por lo tanto, iniciaremos esta semana con un nuevo viaje y una historia más. La ciudad destino creo que ya la conocen, porque la he mencionado en artículos anteriores, pero ¡qué más da si volvemos a empezar!
Me gustaría que supieran que este destino lo habíamos planeado seis meses atrás y después de mucho trabajo, por fin lo habríamos conseguido. Desde el inicio fuimos muy afortunadas por tener siempre, quien nos acompañara y asesorara durante todo el recorrido, así que si voy mencionando de vez en vez nombres y no identifican a la persona, no se preocupen que los leerán más tarde en esta historia o en otras historias futuras.
Cabe mencionar que esta sería la primera vez que viajaba con Lupita; ahora seríamos dos cuautepequenses en búsqueda de aventuras.
Así que nuestra aventura arrancó a las 6 am, un lunes 11 de septiembre por la mañana, y la única razón de viajar tan temprano y ese día, fue porque había puesto demasiado esfuerzo para viajar en lunes, ya que al siguiente día, el martes 12, sería mi cumpleaños.
En el aeropuerto, nuestros rostros tenían un semblante cansado por el acomodo tardío del equipaje, pero aun así nos veíamos felices y emocionadas; ya teníamos el pase de abordar en mano. Lupita iba con una vestimenta casual, jeans azules, blusa, abrigo y había optado por maquillarse.
Yo, por el contrario, que estoy acostumbrada a vestir cómoda, llevaba puestos mis pantalones de pinza favoritos color negro, una blusa nude y una chaqueta larga y térmica. Además, le mostraba al mundo mi verdadera identidad, pues no usaba maquillaje, solo crema hidratante.
El abordaje fue largo y pesado por la revisión que le tocó a mi compañera, pero sin mayor problema y después de 4 horas y media, estaríamos en nuestro destino, la ciudad de Chicago.
Como se sabe, Chicago es conocido por su clima frío y al aterrizar, justo fueron las nubes grises en el cielo, las primeras que nos dieron la bienvenida. Lo gracioso era que la gente local que nos topábamos y los amigos al llegar nos repetían: “les ha tocado un buen clima”, así que Lupita y yo nos mirábamos y solo sonreíamos. Después de eso, fue el traslado hacia el hotel.
Realmente, el Aeropuerto Internacional O’Hare se encuentra a 28 kilómetros del centro, es decir un aproximado de 40 minutos. El detalle fue el tráfico y las vías de acceso, pues en muchos sitios había obras de remodelación y tuvimos que usar vías alternas y eso nos costó alrededor de 3 horas y media. Fue un trayecto largo, pero que nos sirvió para platicar y ponernos al corriente con el Profesor Omar López y el señor Juan Matus.
Al llegar al hotel, hicimos el check-in rápido y subimos a nuestra habitación para dejar nuestro equipaje. Creo que ahí en la recepción fue de las pocas veces que realmente utilizamos el idioma inglés, porque en todos los sitios hablaban español.
También teníamos mucha hambre y como el señor Matus nos había hecho un par de recomendaciones de restaurantes y sitios por visitar, sin más, nos lavamos la cara, nos refrescamos un poco y bajamos de prisa hacia la avenida principal, para empezar a caminar e ir a cenar.
La segunda gran impresión que tuvimos de Chicago, fue su belleza nocturna. Nos encontrábamos en una de las avenidas más importantes y populares de la ciudad, la Avenida Michigan, y a lo largo de la avenida durante nuestra caminata, disfrutamos de la maravillosa vista llena de grandes edificios y luces. La noche se tornó mágica y en el trayecto tomamos muchas fotografías.
Al llegar al restaurante, la lluvia comenzó. Llegamos a Giordano’s Pizza, pero para hablar de este increíble lugar, se necesita una historia propia, por lo que en esta ocasión solo dejaré la mención y continuaré con mi relato.
Tardamos más tiempo en ordenar que en lo que comimos. ¡Este restaurante es increíble! La comida que sobró la pedimos para llevar y a pesar de la lluvia caminamos de regreso al hotel. Ese trayecto fue de los más felices de mi viaje: al natural, porque no usaba maquillaje y no me importaba, enamorada de la ciudad y su belleza nocturna con todos los edificios y las luces, y por si fuera poco, con el corazón contento porque había cenado muy rico. Y de ahí la foto de este artículo, empapada bajo la lluvia y cargando mis dos cajas de pizza.