La semana pasada en Pachuca las personas de la tercera edad, fueron convocadas para vacunarse contra el coronavirus. Ese evento reunió a miles en torno a un solo objetivo. Las calles repletas daban cuenta de un fenómeno pocas veces visto en la capital hidalguense.
Las filas zigzagueaban por colonias enteras, en donde era posible encontrar un coctel variado de colores, sabores y necesidades. Lo mismo el viejo que llegó minutos antes de ingresar al recinto porque unos familiares habían cargado a cuestas la desesperante faena de formarse por horas, los cansados abuelos que estoicos habían apartado su lugar desde la madrugada, los acompañantes que buscaban la forma de colarse, en fin.
En aquel lugar –y quizá por primera vez– coincidieron ricos, pobres, solitarios, acompañados, jubilados, desempleados, optimistas, gruñones, indecisos, convencidos, alérgicos, sanos, todos ellos con la esperanza de salir del trance para ganarle la batalla al covid 19.
Todo lo anterior sin olvidar al número también considerable de vecinos que sacaron las sillas del comedor, para ofrecer un asiento que hiciera llevadera la jornada, aquellos que prestaron su baño, que prepararon café y dieron galletas o lo que simplemente dieron los buenos días como quien quiere decir una plegaria. Todos ellos gente buena, solidaria, positiva.
Esos días fueron históricos porque se puede ver, tocar, palpar el significado de la empatía. Lo primero que valdría la pena resaltar es que existe un esfuerzo porque la vacunación en México sea democrática: hay vacunas para todas las personas que decidan aplicárselas. Pero también es claro que vivimos en un país de altos contrastes y serias desigualdades. Aunque finalmente a los ricos y a los pobres de esta fila los une una condición: ser adultos mayores.
Pero no todo va en positivo. Se llegaron a formar también aquellos y aquellas a quienes la ignorancia, la ansiedad o el miedo los hace equivocarse. ¿Cuánta gente de otros municipios estuvo ahí, a pesar de que se les advirtió que no los dejarían pasar? ¿Cuántos y cuántas, cuyos apellidos no comenzaban con las letras indicadas, exigía ser vacunados? Finalmente, imperó el orden y la confusión del inicio se disolvió.
Estaban también los otros, las otras, que con esta campaña de vacunación descubrieron el antiguo fenómeno social de hacer largas filas bajo las inclemencias del clima. Probablemente, son personas que nunca se inscribieron o inscribieron a sus hijos(as) en una escuela pública, o jamás sacaron una ficha para cita en el seguro social, o quizá simplemente jamás fueron a comparar tortillas.
Por supuesto no faltan los suspicaces que dudaban que hubiera suficientes vacunas para todos. Aunque se comprende la desconfianza en un estado que ha sido siempre gobernado por el Revolucionario Institucional. (Sí, ese PRI que probablemente ya nos hubiera vacunado a todos y todas con la milagrosa agua de la llave.)
También estuvieron los quejumbrosos y quejumbrosas, a quienes todo les parecío fatal, horrible, muy mal. Hay que reconocer que no hubo errores al inicio. Problemas que se podrían resolver si los gobiernos municipal y estatal se hubieran coordinado mejor con el gobierno federal. Pero, a mi juicio, no fue nada grave, considerando la cantidad de personas y lo complejo de la logística.
Y por supuesto, los que nunca faltan, ¡cómo olvidar a los y las gandallas! Esos y esas que por alguna razón consideran indigno tomar turno y esperar en la fila como todos y todas las demás. Aquellos que consideran que su bienestar vale más que el bienestar de la colectividad.
Según los testimonios hubo molestias e incomodidades. Pero al parecer menores en comparación del bien que se generará, de manera más o menos equitativa, a toda la población. Además, debo confesar que sí me emociona ver juntos en una sola fila y bajo el mismo sol a la gente de la colonia residencial y a la de la Alcantarilla. Al final todos somos seres humanos y el bicho que nos ataca desde hace más de un año no sabe de discriminación.
@2010_enrique