El gobierno que recién inicia en el estado de Hidalgo, ha comunicado a sus burócratas una decisión peculiar. Emanada desde la Secretaría de Gobierno, la circular recomienda a sus pares, no acudir al palenque de la Feria de San Francisco en Pachuca Hidalgo.
De bote pronto, esta determinación parece acertada. La clase política debe cuidar las formas y ser ejemplo de buenos modos y costumbres; pero en el fondo hay un tema que merece un buen debate. ¿Hasta dónde llega la vida privada de los funcionarios públicos?
Vale la pena mencionar que esta medida no es nueva. Otras administraciones también han “sugerido” a sus altos mandos, recato en la vida privada. Es decir, evitar la exhibición pública en antros de vicio.
No obstante, lo que se realice fuera de un horario de trabajo, debería ser considerado dentro de la esfera privada. Cualquiera es libre de asistir a la actividad lúdica o de entretenimiento que decida. Pero, ciertamente, aquello que vaya en sentido contrario a las buenas costumbres, parece inaceptable con la filosofía de la 4T.
En dicho documento se dice: “en concordancia con los valores institucionales de integridad, transparencia y austeridad, se les exhorta para que eviten asistir al palenque y también evitar conductas impropias o que no formen parte de la ideología de esta nueva administración”.
De tal manera, que la limitación va en la dirección correcta. Porque se supone que existe en todos los trabajadores del gobierno, una identificación con la ideología que se pregona en el proyecto morenista.
Aquello de evitar el dispendio, vivir en la justa medianía, ser ejemplo, no caer en los excesos, erradicar la prepotencia, influyentísimo y otros vicios que se pueden exacerbar cuando las personas están en ciertos entornos. Aún más cuando se encuentran bajo la influencia del alcohol. Justo eso es lo que se pretende evitar. Que a pocos días de iniciar un proyecto transformador, una mala nota empañe la administración.
Hay otro boleto en juego que viene por mero efecto jerárquico, si el titular del ejecutivo local no acude a estos eventos, lo congruente es que los funcionarios de su equipo cercano repliquen esa conducta.
Pero más allá de juzgar la acertado o exagerado de la medida, vale la pena nuevamente discernir sobre lo público y lo privado. Es hora de que todos tengamos claridad de donde empieza la vida pública y como los comportamientos personales, afectan el rendimiento laboral o la imagen de una institución.
Mucho de lo anterior se entiende en un contexto donde hemos visto políticos que disfrutan de una vida intensa y sin recato. La tradición marca que nuestro universo de análisis se identifica muy bien con la ingesta generosa de alcohol y otros vicios.
Quizá por eso, estas medidas se traducen en positivo porque son pequeños intentos por marcar diferencia y generar compromiso real con un gobierno. Esperemos por tanto un comportamiento íntegro de los nuevos funcionarios.
Sin embargo, hay que tomar muy enserio la discusión sobre la vida pública de los políticos. Porque en el fondo ¿vale la pena limitar su comportamiento privado? ¿Qué se gana? ¿No será mejor conocer a las personas tal y como son?