En el marco de una nutrida discusión respecto a la sobrerepresentación en el Congreso Federal, es propicio hacer una reflexión profunda que nos permita repensar nuestro sistema electoral de forma y fondo.

El punto de partida es relativamente sencillo. La cuestión radica en como transformar los votos en escaños. Es decir, en un sistema mixto como el nuestro conformado por mayoría relativa (votos en las urnas) y representación proporcional (asignación por porcentaje de votación), el problema es traducir la voluntad popular en el número de representantes que cada partido debe tener en el parlamento, como fiel reflejo de aquel mandato emanado de las urnas.

En otras palabras, se busca tener dos cosas, representación y equilibrio de fuerzas políticas para que esos órganos sean espejo de la conformación política del país.

Lo anterior, no es nada sencillo. Hay teoría, fórmulas matemáticas y criterios geográficos entre otros. No obstante, este ejercicio técnico también es tocado por los intereses políticos. No hay que olvidar que estamos hablando de posiciones de poder.

Por eso en 1977, el sistema electoral sufrió una cirugía mayor al incorporar ese nuevo elemento a nuestra vida pública. En principio se llamaron diputados de partido, hoy les decimos plurinominales. Esto es, dar un número de representantes a los partidos que no ganaron posiciones de mayoría, pero que tienen una presencia electoral en los distritos.

Esa medida tiene una clara intensión: lograr contrapesos y no tener una mayoría en el Congreso que deje sin voz y sin representación, a las minorías. Hasta aquí podría darse por agotada la discusión teórica de los órganos que cohabitan en democracia, donde nadie tiene todo el poder y todos tienen un espacio de expresión.

Pues bien, ahora la discusión se centra en una arista muy peculiar. Resulta que los partidos políticos tienen derecho a conformar coaliciones para competir en mejores circunstancias, según convenga a sus intereses. Eso esta establecido en la legislación electoral. No obstante, la repartición de espacios con los criterios antes citados, debe hacerse con todas las figuras que participaron en la reciente elección, es decir, repartir para los partidos como figuras en lo singular y a las coaliciones en los plural.

También lo anterior se encuentra establecido en la norma. Sin embargo, los detractores de Morena aluden a un razonamiento. En campaña (incluso desde antes) se llamó a un voto masivo a través de la coalición de Morena, PT y PVEM. Ese ente (según ellos) es lo mismo, representa lo mismo y tienen los mismos intereses. Por tanto, en lo individual no pueden llevarse diputados de representación, porque van hacia el mismo sentido.

En palabras llanas, si ya ganaron espacios de mayoría no se les debe de recompensar con más representación de la que ya tienen. El argumento es correcto e incluso democrático, pero desde hace años esto se venía realizando y benefició durante años al antiguo régimen priísta.

Más allá de fobias, lo que ahora nos debemos como nación es un debate serio (de preferencia no en etapa postelectoral), que nos permita ir definiendo una ruta ¿pero, qué buscamos?

Un sistema de representación pura o un sistema de mayoría. Lo anterior, teniendo en cuenta que cualquiera de las opciones, conlleva cambios estructurales en el sistema político, electoral y de partidos.

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