El pasado domingo por la noche la llamada incertidumbre democrática invadió a toda una nación. Venezuela celebró elecciones presidenciales y el resultado de tal ejercicio, tuvo atentos a millones de ciudadanos de aquel país.

Una vez cerradas las mesas de votación, ocurrió lo que muchos suponían. Los dos contendientes más competitivos se declararon ganadores sin esperar un resultado oficial. Este vacío informativo duró horas, lo que alimentó la zozobra y en algunos casos la violencia política.  

De tal suerte que la fragilidad institucional tuvo al país sudamericano en un limbo informativo. Y como era de esperarse, algunos medios adelantaron que el opositor Edmundo González, había ganado las elecciones y otros anunciaron la continuidad de Nicolás Maduro.

La disyuntiva se convirtió en un acto de fe ¿a quién creerle? Los medios incluso le dieron la voz a personas que hacían el recuento en las casillas y en una escena teatral, los curiosos aplaudían o lloraban respecto a sus preferencias electorales cuando el informante cantaba los resultados.

Ya entrada la noche el Consejo Nacional Electoral (CNE), arrojó los siguientes resultados: el 51.20% de los sufragios para el presidente Nicolás Maduro, quien obtuvo poco más de cinco millones de votos. Si se confirman estos datos, el actual mandatario comenzará un tercer periodo de gobierno al frente del Ejecutivo, que se extenderá de enero de 2025 a enero de 2031.

La líder opositora María Corina Machado y el candidato presidencial Edmundo González, no reconocieron el resultado anunciado por el CNE y sostuvieron que “Venezuela tiene presidente electo y es Edmundo González Urrutia y todo el mundo lo sabe”.

Y de esta manera, inicia un periodo obscuro para la democracia en esta región del mundo, donde hace poco un ultraderechista (Javier Milei) se levantó con el triunfo en una muy lastimada república de Argentina.

Venezuela representa desde hace 25 años, un caso sui géneris en el mapa político. La herencia chavista es fuerte y el esquema que se busca es la instalación de un socialismo latinoamericano que resulta complicado entender. 

No obstante, la apuesta actual solo se resume en dos cosas: mantener la paz y la estabilidad de un pueblo que demostró nuevamente gran vocación ciudadana en sus elecciones, aunque los resultados parecen no dejar satisfechos a todos.  

Serán días de definición en aquel país que desde hace varios años es señalado y cuestionado por su régimen político. El presidente actual ha sido poco ortodoxo con los preceptos y valores democráticos, pero de alguna manera se ha repuesto de múltiples cuestionamientos sobre su forma de gobernar.

Sea como sea, el referente de la izquierda radical en América Latina se mantiene (Nicolás Maduro) y se incluye en la geografía otro referente de extrema derecha (Javier Milei); para los demás países será clave lo que hagan o dejen de hacer estos mandatarios. Porque con frecuencia la balanza ideológica señala a uno u otro de estos casos para ejemplificar lo que se debe o no se debe de hacer con el poder político.

Lo cierto es que los catastrofistas que viven en México y que señalaban a López Obrador como una emulación de Maduro, tendrán que retractarse. Porque estamos muy lejos del escenario antes descrito.

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