El fin de semana pasado la presidenta de México, la doctora Claudia Sheinbaum Pardo, visitó Tepeapulco; en dicho evento como en otros similares, ya se está haciendo costumbre algunos hábitos de la clase política que vale la pena resaltar.

Por principio de cuentas, se juega el chocante juego de las sillas. Es decir, existe una férrea pelea por la primera fila, por los asientos contiguos de enfrente, por el lugar apartado, por la proximidad a tal o cual actor político.

Los más avispados llegan con toda la anticipación, mandan a sus huestes a apartar el sitio, se cuelan sin recato en un espacio que no es suyo y juegan a no quitarse. Los más lentos, tienen que conformarse con otros lugares, donde no es posible saludar a lo más granado de la política local.

Otros que supuestamente conocen las vértebras de la política, llevan contingente, gorras, playeras, lonas que dan testimonio de su gran compromiso con la cuarta transformación. Consideran que todo comunica y que nunca está de más quedar bien con la jefa y mostrar músculo.

Hay quienes acuden motivados por el legítimo derecho de conocer a la primera mujer que conduce los destinos del país. Ellos son cautos y siguen celebrando la explicación de la primera, segunda y tercera transformación.

Su aplauso es verdadero y su gesto denota esperanza aunque las condiciones del clima, del lugar y el agotamiento acumulado por las horas de espera podrían jugar en contra. Ellas y ellos, estoicos aguantan todo.

Incluso celebran cuando llega la mandataria y pide una disculpa por su atraso de dos horas. Aunque seguro que Sheinbaum desconoce que llegaron a las diez de la mañana y que el inicio del evento en realidad cumple con una cuota de siete horas de espera.

Alrededor también hay un juego menos perverso, por cierto. Se trata de los cientos de expresiones de la economía informal. Una serie de puestos ambulantes que encuentran en las horas de ocio, al mejor cliente. Los buenos samaritanos no pueden ser ajenos a las papas fritas, los chicharrones con salsa, las paletas y una extensa variedad de golosinas que ayudan a pasar el rato.

Los curiosos también tienen lugar. Aquellos que por un impulso sintieron ganas de estar en eso que pinta como un evento que se recordará por mucho tiempo. Ellos solo son testigos a medias. Juzgan a los presentes y bromean sobre sus filias y fobias políticas.

Lo cierto es que los eventos de la presidenta son mucho más que simples protocolos de la administración federal. Ahora se tornan como una especie de kermes política, donde lo mejor que ocurre se puede observar lejos del templete.

Los alrededores de aquellas masificadas tertulias, mandan mensajes muy poderosos porque se pueden observar los elementos antes descritos y las reacciones de la gente cuando anuncian a los que se encuentran en los espacios preferenciales.

Vaya pedagogía política que nos ha dejado esta nueva forma de comunicación, entre sociedad y gobierno. Antes aquellos asuntos eran bastante acartonados con la asistencia exclusiva de la burocracia en turno. Ahora, parece que el coliseo romano se remasteriza para ponerle color a los eventos de la presidenta.

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