La alternancia política es el cambio de un grupo en el poder procedente de un partido político distinto al que gobernaba y que dicho cambio, es el resultado de un proceso electoral competido.
En Hidalgo, como en el resto del país, la alternancia se construyó de abajo hacia arriba. Empezó en 1985, en Tlahuelilpan, cuando Ernesto Jiménez se convirtió en el primer presidente municipal por el PARM.
Al Congreso Local llegaría hasta los años 90´s.
Pero mientras otras entidades han cambiado, incluso dos o tres veces de partido en el gobierno estatal, en nuestro estado tuvieron que pasar 93 años para que un partido de oposición, le arrebatara al PRI uno de sus últimos bastiones locales.
Fueron décadas de un régimen hegemónico que controlaba la distribución del poder y que tejió una compleja red de dominación que abarcaba cada tramo de la vida pública, mientras la oposición que durante años tuvo un papel meramente testimonial.
Uno de los movimientos que cuestionaron la legitimidad de ese sistema político autoritario fue el movimiento campesino en la Huasteca a finales de los años 70´s, producto del hartazgo por el despojo de tierras, el cacicazgo, la explotación, el hambre.
Si bien una de las estrategias de pacificación fueron sendos programas de desarrollo social en la región, aún persiste ese abismo entre el norte y el sur, tan profundo como la desigualdad entre aquellos que han mantenido sus privilegios bajo el amparo del poder y quienes padecen la pobreza y marginación, solo aliviados por las remesas y los programas sociales.
El triunfo de Morena y su abanderado Julio Menchaca, es resultado tanto de grandes transformaciones locales y nacionales y del trabajo de un proyecto político que logro capitalizar la acumulación de agravios históricos.
A la alternancia que inició este lunes no se deben pedir milagros, pero reconocerla como condición necesaria en cualquier régimen democrático, que otorga estabilidad y legitimidad a cualquier sistema político