Para las personas pasionales y románticas como yo, siempre buscamos en los viajes ese romance que nos incite a enamorarnos del lugar. Justamente, en este repentino viaje a España, del cual les he platicado en las narraciones de estas últimas semanas, ha estado repleto de amor; no solo por las cosas que me han pasado, sino, aún más importante, por las personas con las que he coincidido.
Por ese motivo, este texto no será la excepción, y aprovechando que hoy celebramos en día de San Valentín, me permito escribir una historia de amor, con la autorización de mi nuevo amigo cordobés Manuel.
La historia se pone en marcha desde mi primer día en la majestuosa Universidad de Sevilla, y digo majestuosa porque el edificio que corresponde a la Facultad de Filología, donde estudiaría mi Máster, tiene su sede en la “Real Fábrica de Tabacos”, que es un monumento histórico del siglo XVIII.
Este sitio fue la primera fábrica de tabaco en Europa, y fue aquí mismo donde George Bizet se inspiraría de las trabajadoras torcedoras de tabaco para escribir su afamada ópera “Carmen”. La Facultad de Filología actualmente es un bien de interés cultural en la ciudad, pero seguimos…
Mis días en la facultad iniciaban desde muy temprano, asistiendo a citas con los coordinadores y la secretaría, que en teoría me ayudarían a solucionar mis dificultades con mí matrícula. Y aunque todos los procesos y la información están en transparencia en los sitios oficiales de la universidad, adentrarme nuevamente al sistema de educación europea no me fue del todo fácil.
En el segundo día, a la hora de mi cita con el departamento de informática, me topé en el pasillo con un agradable hombre llamado Manuel. Lo recuerdo desde su llegada: un hombre grande, alto, con cabellera y barba blanca. Yo me encontraba frente a la puerta de la oficina, y como de costumbre comparto miradas y sonrisas, al saludarle pude apreciar sus ojos azules llenos de entusiasmo al coincidir con los míos.
Yo esperaba a que comenzase mi cita, pero de la oficina las personas entraban y salían y yo no sabía con exactitud si debía entrar o esperar a que llamaran por mi nombre. El hombre salió y dijo: “Soy Manuel. ¿Cómo te llamas y qué haces aquí?”. Al inicio pensé que era un profesor encargado, así que me presenté y le dije el motivo de mi espera, después muy amable preguntó por mí a los verdaderos encargados del departamento, y mientras esperaba mi turno comenzamos a platicar.
Es muy normal ver a estudiantes extranjeros en la facultad, pero creo que fue mi acento al hablar lo que le llamó la atención. Y aquí es donde empieza la historia de amor. Manuel se enamoró de una mexicana.
Cuando él era joven, entre fiestas y tradiciones, se topó en las calles sevillanas con una hermosa mexicana y se enamoró. Fue todo un caballero y galante anfitrión. Juntos pasearon por la ciudad, platicaron mucho, se conocieron, hubo besos y también risas; al parecer fue amor a primera vista. Todo parecía perfecto, pero el día que se conocieron tristemente era el último día de ella en la ciudad, pues solo estaba de visita por Sevilla y debía regresar a México.
Por suerte, la chispa no acabo en ese momento. Intercambiaron números telefónicos con la ilusión de mantener la comunicación a distancia de su amor fortuito, esperando quizás algún día volverse a encontrar.
Realmente siguieron en contacto, hablaban por teléfono por largas horas de vez en cuando.
Un día, los medios de comunicación se inundaron de un terrible desastre, las noticias eran tristes y preocupantes: un terremoto de 8.1 grados sacudió a todo México. Fue el 19 de septiembre de 1985, y desde esa fecha Manuel no volvió a tener comunicación con su hermosa mexicana. Él cree que lamentablemente murió.
Mientras me contaba su historia entre los pasillos de la facultad, me llene de sentimiento con ganas de llorar. Por un instante, pensé en un final feliz, donde ambos se encontraban y me diría que ahora estaban juntos, pero la realidad fue otra. Y con ese sentimiento que me transmitía al hablar, pude entender nuevamente que el amor es para siempre, que el amor llega de repente, y no se olvida, y que las personas están presentes a pesar de la distancia y de los momentos que te enfrentes.
Manuel nunca olvidará a su mexicana. Gracias Manuel