Por Arturo Hernández Cordero

El pasado 13 de noviembre se llevaron acabo en gran parte del país, diversas manifestaciones en contra de la reforma electoral promovida por el presidente Andrés Manuel López Obrador. Cientos de miles de personas, salieron a protestar en defensa de la máxima institución electoral, pero fue la marcha de la Cuidad de México la que acaparó de forma contundente la atención nacional.
Pese a la insistencia por parte del gobierno morenista de la CDMX, en afirmar que la asistencia a la marcha constó de solo 12 mil manifestantes, las estimaciones de diversos medios oscilan entre los 600 mil marchantes.
Como era de esperarse, a la marcha asistieron figuras políticas de dudosa credibilidad, pero lo cierto es que no se había visto una movilización social de tal envergadura en el transcurso del actual sexenio.
La movilización no tardó en hacer eco en Palacio Nacional y la cúpula de la 4T, quienes intentaron desestimar la protesta y proferir un sinfín de descalificaciones hacia la ciudadanía que participó en ella. Los tildaron de racistas, clasistas y privilegiados.
Como es su costumbre, la izquierda cree tener el monopolio de la legitimidad, y no duda en estigmatizar a todo aquel con convicciones distintas a las suyas.
A pesar de la apertura a la pluralidad y el carácter conciliador con el que dice gobernar la 4T, sus dirigentes son incapaces de conceder algún ápice de legitimidad a cualquier manifestación de inconformidad hacia su gobierno e iniciativas.
Si bien, la posición de opositores políticos que han adoptado abiertamente los Consejeros Lorenzo Cordova y Ciro Murayama dista mucho de la neutralidad que se supone debe tener el INE, es innegable que la 4T ha sido una administración adversa al institucionalismo mexicano, y que la reforma impulsada por AMLO, atenta contra la autonomía del organismo electoral, es por ello que el descontento de la población es genuino.
El presidente López Obrador ha convocado a una marcha de respuesta el próximo 27 de noviembre para hacer notar su popularidad. Sin embargo, no se puede comparar una marcha promovida desde la demagogia y el populismo, con el clamor ciudadano en pro de las instituciones

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