El día de ayer, la democracia más estable de Latinoamérica celebró una jornada electoral histórica. Su componente principal es que después de años, regresa la izquierda a gobernar sin que ello conlleve algún tipo de inestabilidad política o económica.

Este resultado viene en buen momento para el continente, porque hace unos días también tuvimos enseñanzas, pero en sentido contrario, cuando la incursión de la extrema derecha y de un grupo de fanáticos supremasistas, representados por Donald Trump, regresaron al poder gracias a la democracia en Estados Unidos.

De tal suerte, que en pocos días, hemos presenciado el lado positivo y negativo de una elección presidencial. Lo anterior, no tiene que ver con tendencias ideológicas. Puede gobernar uno u otro. La reflexión viene a cuenta, porque en los ejemplos citados unos llamaron al voto a través del odio, rencor y xenofobia. En cambio, en Uruguay caló hondo la narrativa de la socialdemocracia con un discurso más moderado.

Estos dos casos nos ayudan a entender la post verdad en torno al ideal democrático. Parece que quedaron atrás los tiempos de los valores, del deber ser, de la suma de representación y participación para impulsar la voluntad general.

Ahora, el motivador esencial es el metro cuadrado del individuo, sus propias preocupaciones, su sentido de gozo sin importar más allá. Eso que justamente lo que la democracia pretendía erradicar. Pero los liderazgos carismáticos (dioses empoderados que canalizan el descontento), han sido capaces de pasar por encima de las instituciones para inclinar la balanza a su favor. Repito, para bien o para mal.

Dejando las disertaciones profundas, lo que paso el fin de semana en Uruguay regresa la esperanza a los idealistas. Allá ocurrieron las cosas como marcan los manuales de la materia. El presidente en funciones reconoció el triunfo del opositor, el candidato de la derecha hizo lo propio y el discurso del ganador fue mesurado.

Todo lo anterior, en tiempo récord. De tal suerte que unos minutos después de que cerraran las mesas de votación, todos tenían certeza del resultado y de la voluntad de trabajar por el bien del país.

Aunado a lo anterior, llena de esperanza que el ahora presidente electo de Uruguay sea el heredero de Pepe Mujica, quien influyó en buena parte de Sudamérica dejando un legado de sencillez y hermandad entre los pueblos.

Ahora, Yamandú Orsi, tendrá que seguir con las enseñanzas de quien fuera considerado el presidente más pobre del mundo. En el otro extremo, Donald Trump será el portavoz de quienes no aceptan a los migrantes, de los empresarios que solo buscan maximizar sus utilidades, de los que buscan la dominación.

Lo que es un hecho es que los dos mandatarios llegaron al poder a través de mecanismos legítimos. La mayoría votó por ellos y se sintió representada porque en ambos casos también gobernarán con mayoría en las cámaras.

Vaya tendencias que estamos viviendo en lo que algún día un politólogo llamó las olas y contraolas de la democracia. Ahora convertida en una forma de gobierno que permite la llegada de personajes muy disímiles con valores y creencias contradictorias.

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