Por María Esther Pacheco Medina

En la madrugada del 16 de septiembre de 1810, el cura de Dolores, don Miguel Hidalgo y Costilla, llamó al pueblo a levantarse en armas en contra del mal gobierno. Una de las arengas menos recordada es aquella que gritaba ¡Viva Fernando VII! Al inicio del movimiento no se tenía planeado desconocer al rey, la Junta había acordado no acatar las órdenes del emperador Napoleón, quien había invadido España desde 1808. Los reinos de ultramar mantenía su lealtad al monarca español; sin embargo, los largos años de lucha fratricida cambiaron los ideales y cuando esta finalmente llegó a su fin, en 1821, dejó claramente terminada la relación de dependencia y subordinación de la Nueva España con la corona española. Desde entonces, la añoranza por un gobierno fuerte y monárquico, quedó latente en el ánimo de muchos pobladores de la joven nación.
La nueva nación inició su vida independiente de manera abrupta, las alianzas necesarias para lograr la consumación de la independencia se debilitaron. En 1822, los partidarios de Iturbide, figura clave en la consumación de la independencia, lograron su coronación como emperador, este primer imperio fue efímero. A este le siguieron como formas de gobierno una república federal, después una centralista, otra vez una federal e incluso una dictadura. En medio de estas luchas fratricidas se produjo la invasión de los Estados Unidos, que ocasionó la pérdida de más de la mitad del territorio nacional.
Al terminar en 1854, la Revolución de Ayutla que expulsó de manera definitiva a Antonio López de Santa Anna, se inició un nuevo periodo que no estuvo exento de luchas intestinas. La proclamación de la nueva constitución dividió a la población entre conservadores y liberales y dio origen a la guerra de los tres años conocida como la Guerra de Reforma. Conservadores y liberales, se enfrentaron a lo largo y ancho del territorio nacional. La crisis económica que provocó esta nueva guerra derivó en la suspensión del pago de la deuda externa que dio origen a la intervención francesa y a la instauración de otro de gobierno paralelo al de Benito Juárez, este fue financiado por el emperador de Francia Napoleón III, quien eligió para dirigirlo a un príncipe europeo.
Este segundo imperio como se le denominó, estuvo encabezado por el archiduque Maximiliano de Habsburgo, heredero en segunda línea al trono del Imperio austro-húngaro, quien se había casado con la princesa Carlota, hija del rey de Bélgica. Maximiliano y Carlota llegaron a Veracruz a bordo de la fragata Novara el 28 de mayo de 1864. El Puerto que apoyaba la causa liberal hizo caso omiso de su llegada, no hubo celebraciones ni bienvenida. La pareja imperial atravesó la ciudad y se trasladó rápidamente a la estación para realizar parte del recorrido hacia Puebla en tren. En Puebla en cambio, la guarnición francesa al mando del general Brincourt y el partido conservador les brindaron un caluroso y solemne recibimiento. Finalmente el 12 de junio hicieron su entrada triunfal en la capital, los conservadores y los franceses lograron simular una entusiasta adhesión popular a los emperadores. Sin embargo, los Estados Unidos no enviaron representación de su gobierno hecho que los emperadores consideraron como un mal presagio.
El emperador pronto se dio cuenta de que las cosas en México no estaban tan bien como se las habían presentado en París. El país estaba lejos de estar pacificado, las tropas francesas y las mexicanas fieles al emperador se enfrentaban a las republicanas de Juárez en diversas zonas del país. El Imperio se sostenía solo gracias al apoyo militar de Napoleón III. Además su gobierno enfrentó la falta de recursos debido a que la lucha interna impedía cobrar de manera regular los impuestos. Para enfrentar esta situación el emperador creo comisiones en diversas áreas de la administración que pretendía resolver los problemas financieros, la impartición de justicia, la instrucción pública, el trabajo y las relaciones con la iglesia. Maximiliano promulgó varias leyes como El Estatuto Provisional del Imperio Mexicano, la Ley sobre la División territorial del Imperio Mexicano y el Código Civil del Imperio Mexicano, en todas ellas mostró su espíritu liberal y su deseo de modernizar el país. Fundó incluso la Academia Imperial de Ciencias y Literatura que impulsó la creatividad de los artistas nacionales y modernizó a la antigua Academia de San Carlos que continuaba utilizando los modelos europeos.
Dejando de lado los innumerables problemas que enfrentaba su gobierno, el emperador inició un viaje el 10 de agosto al interior del país, recorrió las comarcas al norte de la capital, visitó Querétaro, Guanajuato, León y Morelia. Dejó a Carlota en la capital y le confió la regencia mientras él realizaba este recorrido por su nueva patria.
El 16 de septiembre, Maximiliano estuvo en Dolores Hidalgo para conmemorar el grito de independencia realizado por el cura Miguel Hidalgo en 1810. La celebración incluyó el tronar de los cañones, el repique de campanas y un discurso que el emperador pronunció desde la casa de Miguel Hidalgo. Esta fue la segunda conmemoración del hecho histórico. El 16 de septiembre de 1864 Maximiliano proclamó: “Un pueblo, que bajo la protección y con la bendición de Dios, funda su independencia sobre la libertad y la ley, y tiene una sola voluntad, es invencible y puede elevar su frente con orgullo”.

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