Desde tiempos inmemoriales hemos tratado de rendir homenaje a los muertos. Cual más, si la causa de aquel deceso honra – de alguna manera – a otras personas. Por eso, las aportaciones científicas y culturales, los actos inusuales y los actos heroicos suelen tener un espacio físico para testimoniar tal hazaña.

Bajo esta premisa es válido tener un obelisco para recordar un capítulo muy complejo que marcó al mundo, al país y en este caso, al estado de Hidalgo. No obstante, los espacios públicos que tratan de mantener fresca la memoria, con frecuencia se vuelven fríos y pierden significado si no se les resinifica.   

Esto es, hay que realizar un monolito que nos recuerde por un lado la fragilidad humana. La esencia de la vida pendiendo de un hilo por la letalidad de un virus que no conoce razas, clases, estratos sociales, en fin. Tener en cuenta que muchos de los hábitos comunes tendrán que ser modificados a partir de esta etapa de casi renacimiento. También hay que pensar en todo lo relacionado a la alimentación, el trabajo y la educación.

Porque cada ámbito y cada rincón de nuestra cotidianidad lo tocó de alguna manera el coronavirus. Por tal motivo ese monumento que anunció el gobernador de Hidalgo, Omar Fayad Meneses debe de ser una espacio vivo que recuerde lo bueno y lo malo, lo superable e insuperable, lo trágico y la esperanza.

Excelente que tengamos en la capital de Hidalgo un lugar para referencias a las generaciones que vienen el capítulo muy complicado del covid 19. Pero no hay que quedarse con solo un instrumento emblemático. Por el contrario, hay que tener muy claro que estamos en una etapa que reclama más sentido de vida.

Quizá lo mejor que nos dejó el padecimiento citado es la idea de comunidad. Casi todos pasamos por la muerte de un ser querido, por el temor de ser contagiados, vimos la angustia de quienes daban todo por un tanque de oxígeno y fuimos testigos de lo impensable: personas jóvenes y saludables perdiendo la vida o teniendo secuelas por la enfermedad viral.

Eso debe quedarse en la cabeza de todos. Los que aún estamos aquí debemos generar la conciencia requerida para celebrar la vida y honrar a los muertos. Y si tenemos referentes en el espacio público de la ciudad para recordarlo está perfecto.

Parece que poco a poco vamos saliendo de la tragedia. Pero hay que tener presente que muchos llevarán huellas difíciles de borrar. Para ellos y para todos los demás, es necesario que de los eventos complejos saquemos grandes conclusiones. Y para que eso ocurra hay que escuchar todas las voces y aprender de ellas.

Es indispensable, por tanto, escuchar a la enfermera que estuvo más de diez horas frente a personas que no podían respirar, a lo médicos que pedían a gritos los medicamentos e instrumentos necesarios para poder salvar vidas, a quienes se quedaron fuera de un hospital, a quienes perdieron un familiar, a quienes fueron muy precavidos y se quedaron en casa todo el tiempo, incluso a quienes no lo fueron.

Todas esas experiencias harán que nuestra enseñanza sobre esta etapa que se acerca al medio millón de muertos nos reclame atención y solución. Por último, me parece acertado que exista en Pachuca que nos recuerde todo lo anterior. Ahora estará en nuestras manos llenar de vida y significado ese lugar.

Enrique López Rivera

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